viernes, 8 de noviembre de 2013

Tierra de todos

 Esta mañana, parado en un semáforo camino del trabajo, sabiendo que iba a llegar tarde y con algo de resaca (ese es el dibujo de mi estado de ánimo en ese momento), un espontáneo de nacionalidad posiblemente rumana (por decir algo, no por etiquetar) me ha limpiado el parabrisas del coche ignorando mi negativa. Todo hay que decirlo, el parabrisas estaba especialmente sucio y necesitaba ser limpiado. Me resigné a buscar alguna moneda en mi cartera y comprobé con una mezcla de decepción y alivio que no tenía ni un céntimo. Ni billetes, ni nada, cero. Le enseñé la cartera por la ventanilla, disculpándome. El insistió, que tenía cambio de cinco. Supongo que estaba acostumbrado a la excusa de "no tengo cambio" y no se esperaba que no tuviera dinero de verdad. Le enseñe brevemente todos los recovecos de mi cartera mientras reafirmaba "nada de nada, nada, lo siento". Él me sonrió y me deseó suerte para mí y para toda mi familia, y en ese momento la decepción venció al alivio. Bien es cierto que por las pintas que tenía mi coche, mi cartera, y posiblemente mi cara, tal vez el espontáneo hasta reprimió la tentación de darme él una de las monedas que había recaudado en su mañana de trabajo. 
  Volviendo yo del mío esta tarde, con un billete de 50€ en la cartera, pensé si el espontáneo amable (insisto en llamarlo así, ya que no se me ocurre otra palabra para definir esa profesión) tendría cambio de 50€. Y me sorprendí pensando que no lo necesitaba, ya que si lo volviera a encontrar, se los daría enteros. Se los debía. Había limpiado mi parabrisas, que realmente necesitaba ser limpiado, sin nadie pedírselo, y había aceptado de buen agrado no recibir compensación. También es un hecho que el sol me molestaba sobremanera al conducir, brillando con intensidad en cada una de las pequeñas motas de diversas mierdecillas pegadas a la luna, y esta molestia se vio muy subsanada tras la fugaz limpieza. Una persona que había llegado a mi ciudad desde un país lejano, huyendo de la pobreza, que cada mañana se enfrentaba a las miradas ariscas de los conductores en mitad de una calle, esperando encontrar un coche que le permitiera limpiarle el parabrisas a cambio de la voluntad, había limpiado el mío (recordemos, a pesar de mi negativa) el día en que lo tenía especialmente sucio y el sol me impedía ver con seguridad, y yo conducía con prisa y resaca al trabajo. Qué no le debo a ese hombre.  
  No me voy a poner dramático con el qué hubiera pasado si no me la hubiera limpiado, posiblemente nada. Pero en el momento en que pareció no importarle que no le pagara, y aún así me dedicó una sonrisa y suerte para mi familia (segundo y tercer favor gratuito en menos de un minuto), esa limpieza pasó de ser un acto laboral a un acto de bondad a mis ojos. Qué no le debo a ese hombre. Pensé en mis 50€ otra vez. Yo "me los había ganado" trabajando honradamente, es cierto. Pero, ¿por qué mi mañana de trabajo honrado vale 50€ y la suya unas monedas? ¿El lugar en el que nací me hace más merecedor del dinero de mi bolsillo? Lo mínimo que le debía a ese hombre, eran esos 50€.
  
  Entrando ya en Oviedo, ensimismado en estos y otros pensamientos, miraba un semáforo de estos que se ponen en rojo y vuelven a abrir enseguida para que la gente circule por debajo de 50 km/h. Lo miraba con especial atención, tanta que justo cuando iba a pasar por debajo cambió a ámbar fijo y enseguida a rojo, y en lugar de pasar (como tal vez debiera haber hecho por la seguridad del coche de detrás), frené en seco. En el momento creí que era la decisión acertada. Una decisión que no iba a ninguna parte, pero cumplía las normas de circulación. Efectivamente el coche de detrás casi me pega. Al arrancar (suponiendo que había vuelto a abrir el semáforo, ya que al frenar quedé un poco pasado -en parte para evitar esa colisión- y no veía las luces del semáforo), eché la vista atrás por el retrovisor y vi que el coche de detrás tardaba mucho en arrancar. Se había llevado un buen susto. Al llegar al siguiente semáforo, bajé el volumen de la radio, ya que el hueco que había a mi lado iba a ser ocupado por el coche que casi me pega, y suponía que iba a haber discusión. Miré al frente hasta que vi por el rabillo del ojo la ventanilla de al lado bajando. Bajé la mía del copiloto.
- ¿El qué, perdona?
- ¿Qué hiciste ahí arriba chaval? ¡Casi te doy! -el semblante del otro conductor denotaba enfado. Obviamente estaba alterado, él se había llevado el susto mayor. Y yo entendí eso.
- Ya, lo siento. Estaba pendiente del semáforo y al ver que cerraba paré sin pensar, quizás deb...
- ...¡Ese semáforo abre solo hombre! ¡Abre en cuanto pasas! ¿Para qué paraste?
- Ya, ya sé para que está ese semáforo. Tal vez debería haber pasado, lo siento.
- ¡Claro! No te pegué por detrás de milagro, ¿eh? ¡Casi te como, hombre!
- Ya, ya lo sé. Lo siento mucho, disculpe.
En ese momento el conductor sonrió un poco, algo más tranquilo. Levantó la mano en señal de "disculpas aceptadas, no pasa nada", imitando mi gesto de "solicitud de disculpa". No creía todo lo que le dije. Al fin y al cabo yo frené para no pasar un semáforo cerrado, y si me hubiera pegado por detrás, sería culpa suya por no frenar él ni llevar distancia de seguridad. Pero sabía que debía terminar esa discusión de buena forma. Mucha gente se cabrea al volante, porque es muy sencillo cabrearse. No sólo es un coñazo tener un "toque" con alguien, rellenar partes amistosos o llamar a la guardia civil, y etcétera. En el fondo te estas jugando la integridad, y la de los demás. Aunque mucha gente no sea consciente de esto, estresa nuestro subconsciente. Me quedé muy satisfecho viendo cómo había puesto de mi parte para que una discusión con visos de volverse agresiva y malencarada, terminara en palabras amistosas. Estaba de buen humor. El hombre espontáneo había avivado mis ganas de ser mejor persona. ¡Qué no le debía a ese hombre!

  La última de mis reflexiones acerca de este tema en el día de hoy, entronca de nuevo al hombre espontáneo, al que de aquí en adelante llamaré Amador por razones obvias, con un pensamiento tonto que tuve volviendo a casa. Recorría el camino que serpentea por la ladera de la montaña entre acantilados, pasando por Tudela Veguín, para luego escalar entre montes y casas hasta San Estéban de las Cruces y bajar a Oviedo por el cementerio (donde se encuentra el fatídico semáforo de "reduzca a 50"). Este camino lo suelo coger los viernes, en lugar de la carretera nacional, y a pesar de ser más corto, dudo que ahorre gasolina o tiempo, pero ese no es el motivo por el que lo elijo. Simplemente, lo disfruto más. También lo cojo los días que vuelvo con sueño, ya que las curvas me ayudan a mantenerme despierto.
  Conducía, como iba diciendo, por este camino, y al ver un cartel con el nombre de un pueblo tachado, y luego otro con otro nombre distinto sin tachar, me asaltó un pensamiento digno de uno de estos humoristas de medio pelo que plagan twitter hoy en día: ¿A quién pertenece la zona que hay entre el cartel de "Aquí se acaba XXX" y el cartel de "Aquí empieza YYY"? Tierra de nadie, pensé. O tal vez algo como las aguas internacionales. Qué bonito sería pensar que fueran unas tierras internacionales, en las que tal vez no habría yates con furcias y peleas de gallos y monos con cuchillo, ni piratas, sino gente de bien, apátridas que pueblan las fronteras para que dejen de serlo. Tierras en las que no hay ley porque no se necesita, la tierra de los hombres justos, la tierra de todos. Qué bonito sería imaginar esas fronteras valladas que separan países como India y Pakistán, llenas de gente que reparte favores en lugar de alambre de espino, como pequeñas arterias que pretenden llevar un poquito de amor a todo el tejido humano. Qué bonito sería, sí, que un símbolo de desigualdad, separación y odio como es una frontera vallada, fuera llenado con gente de bien, como Amador. Que estuviera repleto de amadores, a modo de compensación. Sin duda alguna, el lugar sin nombre que hay entre señales de pueblos es el lugar que ahora habita Amador. Y esa reflexión me ha hecho escribir esto hoy. Qué no le debo a ese hombre.

martes, 5 de noviembre de 2013

La caja mágica

  El periodismo debe de ser un mundo complicado. Como tantas otras cosas, se ha visto infectado por el afán competitivo de una sociedad que dispone de tantos recursos humanos que han de ser cribados, tamizados en varios intervalos de valía. Y las pequeñas personitas, que en esta alegoría serían los granos de mineral, tratan de aferrarse a la tela del tamiz como sea, queriendo quedarse lo más arriba posible, sea ese su sitio o no. Pero que sea su sitio o no, o que separar por tamaños sea la distinción adecuada, esa es otra historia.

  Vuelvo al periodismo, y me imagino un pequeño pueblo de cien habitantes, en el que cada persona desarrolla una actividad, procurando abastecer a los otros noventa y nueve (y a sí mismo) de una necesidad distinta. Imagino ahora que en ese pueblo hay un periodista. Puede ser más o menos profesional, pero el hecho de ser el único periodista le permite al menos, si éste así lo desea, dedicarse al correcto desempeño de su profesión, que es la transmisión de información. Su deber es procurar que esta información sea relevante y veraz.
  Imagino ahora a un estudiante de periodismo, haciendo un trabajo para la universidad, un trabajo de campo que van a entregar, como él, otros noventa y nueve compañeros (por decir un número). A diferencia del pueblo de antes, los cien miembros de esta clase son todos la misma cosa. El "deber" de cada uno es destacar por encima del resto. Y tal vez al menos, en este caso la criba sea la corrección en las formas por parte del profesor (tal vez). Imagino ahora a este alumno de becario en alguna agencia de noticias, o haciendo prácticas en alguna cadena de televisión. Con otros noventa y nueve becarios en la misma cadena. Cadena que, por su parte, convive con otras nueve cadenas que se dedican a lo mismo que ella. Y esta vez la criba es el público. Es un numerito que aparece en un receptor, que te dice cuánta gente está viendo tus anuncios. Ya sabéis como va.
  Este criterio de criba, el share, baja directamente del vértice de las cadenas y agencias hasta el estudiante de periodismo, y se mantiene en todo su proceso de ascenso. Es por eso que siempre importa más sorprender, impactar, entretener, que informar. El periodismo ya se había convertido en arma política, instrumento de manipulación, propaganda. Ahora esa no es ya ni su forma más importante. Ahora es una llamada de atención, una luz de neón, un vector de mierda directa al estómago. Poco tardarán en aparecer tetas en revistas y periódicos. Incluso en más, quiero decir, por no decir en todos. Es por esto, que los estudiantes de periodismo salen a la calle a hacer una encuesta, con la idea de qué quieren que salga en lugar de qué quieren saber. Es por eso que preguntan a gente sospechosa de ser adecuada para la respuesta buscada, criban respuestas no deseadas, tergiversan las palabras o incluso inventan respuestas de la nada. Y lo peor es que esto no sólo lo hace un estudiante que quiere que le aprueben, lo acaban haciendo la gran mayoría de periodistas que quieren que les paguen un sueldo, y sus zurullos los acaban comprando los directivos que quieren venderlos a cuanta más gente mejor. Y lo peor es que todos estos están obligados de algún modo a hacer lo que hacen. Si alguno intentara hacer otra cosa, no llegaría a ninguna parte. Parece ser que Huxley tenía razón, después de todo. Han conseguido hacer la censura innecesaria atiborrándonos de información superflua, hasta que decidimos que nuestro criterio a la hora de triar la información es la diversión en lugar del conocimiento.

  Pasando de lo general a lo concreto, empezando así por la conclusión para acabar con el origen de mi inspiración, esta mañana he visto cinco minutos de televisión que me han divertido mucho (en ese aspecto, lo han conseguido, aunque no de la forma que ellos pretendían, creo), casi tanto como me han asqueado. El programa (cuyo nombre desconozco) era de AR Quintana. Hablaban en ese momento del famoso caso de Asunta, la niña de origen chino adoptada por una pareja de Santiago de Compostela, hallada muerta. He de reconocer que este caso concreto llamó mi atención en un principio (hace cosa de un par de meses, cuando se produjo), y seguí las noticias en los días posteriores al suceso. Cada nuevo detalle hacía que el caso se pareciera más a una extraña novela negra. Después de que las pruebas señalaran cada vez más hacia la posible culpabilidad de sus padres adoptivos, la policía descubrió a los pocos días un blog en el que Asunta escribía relatos en inglés. En estos relatos, según contaba el periódico en el que leí la noticia, ella y su profesora de inglés de la academia, Elisabeth Paton, eran dos detectives que resolvían casos paranormales, de fantasmas. En uno de ellos, y sólo en uno, se hablaba de dos de los fantasmas cuando aún estaban vivos. Y aunque no se hacía mención directa a la posible relación entre estas personas y Asunta, la policía rápidamente encontró posibles analogías entre éstas y los abuelos de Asunta (fallecidos, casualmente, cosa de un año atrás, precediendo a este blog). Y esto indicaba la posible culpabilidad de Rosario Porto (madre adoptiva y presunta asesina de Asunta) de la muerte, que se creía natural, de sus propios padres. Como veis, la cosa se ponía interesante. Me he explayado un poco con esta historia primero porque la considero interesante, aunque no sea relevante (pero eso es lo que vende ahora, ¿no?), y segundo para que veáis el grado de profundidad que alcanzó la noticia a los pocos días de producirse el suceso.
  Pues hoy, como os decía, periodistas del séquito de AR (voz de mando), afirmaban el gran descubrimiento que habían hecho al localizar en Inglaterra a la compañera de Asunta en sus aventuras en el blog. No era un personaje ficticio como se había creído (¿¿??), ¡sino su profesora de inglés de la academia! Noticia en exclusiva brindada por el extenso trabajo de investigación del gabinete de detectives de Telecinco.
  Mientras yo aguardaba unos segundos con la boca abierta antes de dar otro sorbo al café, para no tener que escupirlo del sabor a asco que tenía en la lengua en ese momento, prosiguieron con otras cosas interesantísimas como el análisis caligráfico de Rosario Porto, para saber (o "confirmar", recordemos que de eso va el periodismo ahora) si estaba efectivamente mal de la cabeza, supongo. AR se dignó en comentar el curiosísimo hecho de que al girar 180º la rúbrica de Rosario, aparecía un número. ¡El 701, nada menos! Qué misterioso todo. ¡Cómo no iba a estar loca! Tal parece que desde que eligió su manera de firmar ya estaba maquinando la adopción y muerte de la pobre niña. O tal vez algo peor que aún no se ha revelado. ¿Quién sabe que significado oculto, y sin duda ominoso, esconde esa cifra?
  Estas últimas reflexiones son mías, no de AR, pero bueno es lo que me han incitado a pensar con su genial periodismo. Qué maravilla de invento la televisión, esa caja mágica que es capaz de transformar cosas vulgares, comunes, irrelevantes, en enormes descubrimientos de interés nacional, incluso aunque ya estuvieran descubiertos de hace tiempo. Creemos, por desgracia, que todo lo que se dice en televisión es cierto, que está revisado una y mil veces, que esa gente es seria aunque se dedique al mundo del espectáculo. Y lo creemos aún más de la prensa escrita, en la que se pueden encontrar a menudo barbaridades, como que David Meca llegó a nado desde la península hasta Mallorca a un ritmo de 10 brazadas por segundo. Pensemos que detrás de estos medios hay gente que trabaja a un ritmo frenético con un objetivo claro por encima del rigor periodístico: sacar el show adelante como sea y en el tiempo requerido, y sobre todo, venderlo.
  En medio de este circo me despido. No sé si he sabido concretar ninguna reflexión clara, pero espero que al menos os haya sugerido algo que os haga divagar por unos minutos en sabe dios qué. Pero ante todo, no cambien de canal.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Palabras de un pacificador para los adalides de la violencia

 Está funcionando. Lo estáis consiguiendo. Leo los periódicos, veo la televisión, oigo comentarios de la gente de todo tipo. Me recorre la ira. Tiemblo de odio. Unos segundos más y caería en vuestra trampa. Pero entonces miro la cara, los ojos, las palabras de aquellos que están encendiendo las llamas. Y creo que creen estar haciendo lo correcto. Y no sé si eso es bueno o malo. Me pierdo en la confusión. El odio se convierte en impotencia. Pero al menos, ya no hay odio.

 Leo titulares que rezan "Injusticia: Del dolor de las víctimas... ...a la burla de los proetarras". Y rechazo ese odio. Veo la cara de una asesina no arrepentida que volvería a matar. Y rechazo ese odio. Quiero pensar que es innecesario fomentar el odio para mover a las masas, para vender periódicos. Quiero pensar que es innecesario fomentar el odio en nombre de la libertad, en pos del bienestar.

 También querría que todos tuviéramos un momento de reflexión antes de soltar espuma por la boca, y que cuando la soltemos sea espuma de mar, para unir las mentes de los que nos escuchan con lugares lejanos, como diría Millás. Primero de todo, conviene que entendamos como funciona la justicia. La justicia no es más que una herramienta elaborada por el ser humano para organizar la convivencia en sociedad. Es esta convivencia la que nos ha hecho avanzar tanto como especie, la que nos ha permitido tener una enorme variabilidad genética -que se traduce en una enorme diversidad de pensamientos e ideas-, y también coches, aviones, y duchas calientes. Y una de las premisas de la justicia es que ha de ser igual y transparente para todos. Son reglas de un pequeño juego, y hemos de pensar que es la aceptación por parte de todos los jugadores lo que las hacen válidas para que funcionen, y que no pueden cambiarse a voluntad del designio de unos pocos para adaptarlas a situaciones concretas, incluso aunque fuera por un fin elevado. Con esto quiero decir que las leyes son imperfectas, sí, y para eso existen legisladores. Y es válido y deseable que exista la voluntad de cambiarlas y mejorarlas, pero también es estrictamente necesario que aquellos encargados de hacer que se cumplan y apliquen lo hagan correctamente. Vayamos al caso concreto:
  En España se elabora un código penal en 1944, tras la guerra civil, que es posteriormente revisado y refundido en 1963 y 1973, entre otras cosas para añadir legislación en materia de terrorismo. ETA ya existía por aquel entonces. Y también Franco. Una gran cantidad de terroristas son juzgados bajo este código penal. En 2006 surge la llamada "doctrina Parot", que básicamente consiste en aplicar la reducción de pena sobre el total de la condena y no sobre el máximo de permanencia legal en prisión (30 años). Esta resolución pretende evitar la pronta salida de prisión de aquellos presos cuya posibilidad de reincidencia sea elevada o casi asegurada, por motivos de seguridad (especialmente en el caso de terrorismo). Al fin y al cabo, si negamos las penas perpetuas o de muerte, aceptamos la posibilidad de reinserción en la sociedad de los individuos. Recientemente (2013), una presa que (parece ser) cumplía exceso de pena respecto a la legalidad vigente cuando fue juzgada por 24 asesinatos de terrorismo, es liberada por orden del tribunal de Estrasburgo. Y añado "parece ser" porque no soy conocedor profundo de las leyes y códigos penales, pero entiendo que los miembros de este tribunal lo son. Y es más, su deber es conocerlas y procurar que se apliquen con la mayor corrección. Desde luego que la labor de un juez está sometida a cierta interpretación personal en ocasiones, pero retomando mi definición anterior de justicia, debemos recordar que lo que hace que precisamente la justicia funcione es que sus leyes sean claras e inequívocas, no sujetas a manipulación ni interpretación, y que se apliquen con diligencia y rigor. También debemos entender que la aplicación de leyes con carácter retroactivo va en contra del principio de que todos debemos conocer y aceptar las normas del juego.

  La liberación e indemnización de una asesina confesa, aparentemente no arrepentida y con posibilidad de reincidencia (esta posibilidad se puede ver más o menos mermada por el cese de la actividad armada de ETA) puede ser lamentable para el común de la sociedad, pero no por ello deberíamos culpar a aquellos que al fin y al cabo, están haciendo su trabajo. Es culpa en todo caso de una legislación contra el terrorismo que podemos considerar insuficiente, por cierto ya modificada. Y es el trabajo de todos, tanto estos mismos jueces fuera de sus puestos, como el resto de nosotros, esforzarnos por la mejora y perfección de las herramientas que utilizamos para optimizar nuestra convivencia en sociedad (lo cual es importante ya que redundará en una mejoría del bienestar de toda la humanidad, al menos según mi interpretación). Cuán mas lamentable es oír a políticos (los cuales son engranajes del sistema legal y deberían trabajar tanto para la mejoría como para el correcto cumplimiento del mismo) quejarse de verse obligados a aceptar dicha resolución. Y por tanto, también lo es que nos quejemos de que estos lo acaten, o de que un juez español ha votado en favor de una decisión tomada por relativa unanimidad.
  
  A todos vosotros, adalides de la violencia, que dedicáis vuestros esfuerzos a fomentar las llamas del odio, a exigir que vuestra opinión se cumpla por encima de la de los demás echando espumarajos por la boca en lugar de espuma de mar, os llamo a la calma. Os animo a ejercitar la comprensión. La comprensión es el primer paso hacia la resolución de conflictos de forma duradera. ¿Acaso no os dais cuenta de que vuestros rivales están convencidos de lo que hacen? ¿De que incluso aunque estuviesen equivocados, creen estar haciendo lo correcto? ¿Acaso no podrías estar vosotros haciendo lo que creéis correcto, y en un gran error al mismo tiempo? No sé si esto esta sonando a apología del terrorismo, espero de veras que mis palabras no hayan sido tan confusas. Pues vosotros, terroristas, así como simpatizantes o indulgentes, así como nacionalistas e independentistas tanto como los centralistas, por si no os habéis reconocido en la descripción precedente, releedla pues estáis incluidos, pues lleváis también en vuestro seno la semilla del odio.
  Sólo me enorgullezco de una cosa y es de haber amado. He amado a los vascos y a su tierra. He amado a los catalanes y a su tierra. Así como he amado a los portugueses, a los belgas, a los holandeses, irlandeses, colombianos, y un largo etcétera. En ocasiones también los he odiado a todos, y me he esforzado en desandar ese camino desprovisto de corazón. He amado debatir y discutir sobre los conflictos que nos enfrentan a todos, a extranjeros con extranjeros y a hermanos con hermanos, con la esperanza de llegar a un entendimiento, con la esperanza de que una palabra mía mejorara aún en lo más mínimo el mundo que me rodea. O un gesto. O un hecho. Esa es mi motivación, y me enorgullezco de esforzarme en cumplirla, aún cuando mis instintos reptiles en ocasiones me apartan de ella.
  He llorado desconsolado muchos atentados terroristas, no sólo de ETA. He lamentado profundamente una gran cantidad de titulares de periódicos de diversas ideologías y procedencias, esforzándome en evitar el odio por unos y otros. Y me he emocionado con el anuncio del fin de la violencia de ETA. Y con cada pequeña señal de que un entendimiento y una paz son posibles. He buscado mil soluciones en mi cabeza para estos conflictos, una república federal, una independencia pactada y un hermanamiento de naciones, un diálogo prolongado que nos llevara a cooperar y a entender que los asuntos de nacionalidad son secundarios y que todos podemos abogar por la cooperación realizando ciertas concesiones. He buscado mil soluciones, sí, porque me he negado a darle la razón a una parte o a la otra. Porque detesto la manera en la que cada uno defiende a sus víctimas sin mencionar a las otras, provocando precisamente que esta reciprocidad (o según como se mire, esta carencia de ella) se acentúe cada vez más. Nos obcecamos con tomar parte, porque así nos han dicho que funciona el mundo, que evoluciona y se cambia. Esta competitividad es una ley de mercado obsoleta. Disponemos de una herramienta mucho más sofisticada desde que se inventó la palabra. Nos permite llegar al acuerdo sin usar la violencia. El pasado siempre está lleno de errores, pero lo importante no es no cometerlos, sino no repetirlos.

  Ciudadanos, muchos intentarán servirse de estos conflictos. Perpetuarlos con diversos fines, nunca honorables (me atrevería a decir). Pero es realmente nuestra decisión si de verdad queremos terminar con ellos. Escuchad si queréis ser escuchados.

   La mano invisible ha muerto, sólo nos quedan las nuestras.

   -- Firmado: Un tipo 9


lunes, 26 de agosto de 2013

Páginas del Libro Morado


Eran los fieles de la religión de su estrella. Devotos. No podréis encontrar sus mandamientos escritos nenyures. Tan sólo su historia escrita en el tiempo, en el libro morado de las horas nocturnas. Vigilias. Eran niños perdidos, abandonados por una promesa ajena hecha propia. Eran héroes del presente, y canallas el resto de segundos. El vicio hecho virtud, y la virtud hecha vida. Eran. Este es su tiempo.

- del Libro Morado, I



Se movían entre cañas y barro, entre el miedo y el asco. Entre peces de hielo y sangre de dragón. Con la tranquilidad del que no espera nada, y sabe que nada le espera. La absenta era dulce y las noches amargas. Y los días peor. Y la llama siempre brillaba, más alla, sobre el hombro de Orión. Recolectores de sueños, ¡saluden al cazador!

- del Libro Morado, VI



Ocurre a veces que el tiempo se estira y se contrae y doblega voluntades y derriba los planes que parecen oponerse a la función de onda, y todo vuelve a su sitio. Y en ese momento los lugares comunes adquieren un aire de hogar, un humo de standby que para los relojes hasta que súbitamente te sorprende con el alba. Y el alba es una luz lánguida con sabor a final feliz, que te habla con nostalgia de otros finales pasados, y te susurra al oído que eres su pequeño, su favorito, que este es tu sitio.

- del Libro Morado, XIX



No fue hasta después del demasiado tarde que la penúltima se convirtió en final. Una sonrisa más, un dejarse llevar, aún queda tiempo, o al menos espacio. Y con el espacio haremos lo que queramos. Una ida y una vuelta, una sorpresa y un esperar. Esa noche fue un remolino, esa página pugnaba por ser escrita, y lo serán. Derramaba tinta sobre sí esperando que alguien le diera forma, y si no se la daba, le daba igual. Una ida y una vuelta, un sonrisa y un dejarse llevar.

- del Libro Morado, XLII

sábado, 22 de junio de 2013

El día más largo, o cómo el accesorio llegó a ser el objeto.

  Después de 8 horas en el segundo tren más incómodo del norte de España, y otras 3 horas en el primer tren más incómodo del norte de... la península, al fin estábamos allí. Pisando la arena de la Zurriola. Sobre el escenario un hombre anciano al que apenas alcanzaba a oír, seguramente debido a la gran distancia que me separaba de él. No lo conocía de nada, pero definitivamente no era un telonero o un técnico de sonido, ya que no escaseaban las ovaciones a cada canción. "A local hero", debió pensar Bob Dylan, si es que se dignó a ver la actuación tras las bambalinas. "Alguien de cierto prestigio internacional", debió pensar de Bob Dylan, sin mucho ni poco desprecio, una chica que estaba allí, pisando la misma playa que yo, y que había ido a ver a Mikel Laboa.
  Un día mi primo, amigo y maestro, que también pisaba esa playa en ese momento, me dijo que para saber si una mujer valía la pena, le preguntara si sabía quien era Bob Dylan. No es que el viejo Bobby tenga un don especial para hacerse conocer entre las mujeres de alta valía. Se refería a que si pretendía pasar el resto de mi vida, o al menos una larga temporada con esa mujer, cuando ambos volviéramos a casa por las noches, tendríamos que hablar de algo. Y con una chica que no sabía quién era Bob Dylan, poco iba a tener que hablar. Por supuesto, dijo Bob Dylan como podía haber dicho John Lennon, o Mahatma Ghandi. Probablemente él tenga una historia que contar acerca de una chica estúpida que no conocía a Bob Dylan.
  Quiso el destino que me encontrara, años después (cuatro concretamente), con esa chica que había ido a ver a Mikel Laboa -cómo si no iba a saberlo. Esa chica, por supuesto, conocía a Bob Dylan, aunque tal vez no supiera decirte el título de ninguna canción. Curiosamente, nuestras culturas musicales, cinematográficas, y demás gustos y aficiones, apenas se tocaban en contados puntos. Las fondues de queso, las ensaladas de muchos ingredientes muy aliñadas, y poco más. Y sin embargo, nunca me faltó de qué hablar con ella. Ni jamás sentí la necesidad de preguntarle si sabía quién era Bob Dylan. Algunas chicas me han hablado de Séneca, de Orwell, de Lynch, de Pi. Consideré estúpido preguntarles por Dylan. Con otras, me bastó con una mirada, una sonrisa, una lágrima. Probablemente no leas esto, pero por si lo haces: gracias.
  Pisando esa arena también estaba un gran amigo. El mismo que había hecho ese largo viaje conmigo. El mismo que merodeó por las calles de Donosti (o San Sebastián, como la llamaba por aquel entonces) durante 6 largas horas nocturnas sin ayuda de alcohol. La cuenta de las horas se estaba acercando a 24 y los nervios estaban algo crispados. Vimos cosas interesantes durante esa noche, como una pareja de extranjeros bañándose desnudos en la playa de la concha, recomendándonos en inglés no seguir su ejemplo, y luego haciendo cosas más íntimas sobre la arena. Pero la mayor parte de la horas fueron monótonas, sin más ayuda que la conversación. Al despuntar el alba, nos apuramos hacia la estación de autobuses jurando no volver a usar jamás ese horrible tren. Quiso el destino que la distribución de los puntos de información y venta de billetes en esa estación fuera caótica, y que nos resignáramos amargamente a romper nuestro juramento apenas unas horas después de hacerlo. Ya en Bilbao, buscamos la estación de buses con la esperanza de entender algo en ella, y cogimos el primer bus que salía hacia Oviedo. Un supra, por no esperar otros 40 minutos allí perdidos, anhelando el hogar. Nos lo habíamos ganado, qué coño. La cuenta de las horas ya superaba holgadamente las 24. El viaje de vuelta fue paradisíaco, con azafatas agasajándonos con viandas todo el viaje, asientos cómodos, imperceptibles vaivenes, y apenas una parada en Santander.
  Tal vez sea gracioso, o tal vez sea normal, pero recuerdo bien todos estos detalles, incluso con cariño, y apenas recuerdo qué canciones "tocó" Bob Dylan. De la gente que había en esa playa, cuyos nombres conozco, el último en la escala de aprecio es de hecho el propio Bob Dylan (tal vez, porque no conozco el nombre del cantante de Macaco, y sí el de Kira Miró). Supongo que Bob Dylan no puede decir lo mismo de mí, por no conocer mi nombre, pero no creo que su aprecio por mí ni por nadie más de los presentes en esa playa sea mucho más alto. No me lo tengas en cuenta, Bobby. Esa gente que conozco y que estuvo en esa playa, son personas excepcionales. No es que tú no lo seas, es sólo que sólo conozco tu nombre, tus canciones, y poco más.
  El final de la historia no lo recuerdo al detalle. Supongo que porque fue feliz, normal, vulgar. Imagino que llegamos a casa alrededor del mediodía, y dormimos hasta la mañana siguiente. Y a pesar de todas las horas habladas, y de la distancia que nos separa ahora, aún no se me ha acabado la conversación con ese gran amigo que me acompañó. Y que probablemente, tampoco me lea. No obstante, por si acaso, también quisiera darte las gracias por todo.
  Y para acabar, sería injusto sólo agradecer a aquellos que no están leyendo esto. Este blog tiene la gran ventaja de no tener demasiada difusión, por lo que puedo agradecer a todos los que lo leen no sólo el hecho de que lo lean, sino todo lo demás. Todo lo que hacen. Todo lo que son. Y el papel que juegan en mi vida. Tal vez sean personas normales y corrientes para el gran público, porque posiblemente no lleguen a estar sobre un escenario delante de miles de personas. Pero yo sé que no lo son, de todo menos corrientes. Apenas números en algunas estadísticas, y personajes principales en la historia de mi vida, al igual que los presentes en este relato. Probablemente, nadie que reciba este agradecimiento lo desmerezca.

Gracias
 

martes, 28 de mayo de 2013

La condición mundana

- El otro día vi una foto que tendrá unos veinte años, de unas vacaciones. Mi padre iba vestido de chándal, y mi madre mi hermano y yo, con camisetas de publicidad de Café de Colombia. Parecíamos albanokosovares. En menos de veinte años, ya vivíamos en un chalet, mi hermano estaba fundiendo perras a mansalva en vicios por Madrid, y yo por Asturias. Apenas mayor de edad y ya conducía un S3. En la foto, teníamos un Renault 11. Como todo el mundo. Ahora hay dos Bemeuves en casa. Y mira, mira por la ventana:
  Me acerqué a la ventana de la zona de espera, que daba al aparcamiento del hospital, mientras me iba relatando en voz alta los coches aparcados de izquierda a derecha - BMW, BMW, BMW, Renault nuevo, Mercedes, BMW, otro Renault de este año, Audi, Mercedes, BMW... todo esto, ¿de dónde ha salido? ¿Se ha creado tanta riqueza en 20 años? ¿Quién lo ha producido? Porque donde yo trabajo, hay nueve personas  ocho horas en una oficina. De esas setenta y dos horas, se trabajan más o menos dos al día. De verdad, no entiendo cómo funciona esto. Sólo consumimos, traga y traga y luego tiramos todo a la mierda. Y se supone que crecemos.
  Mientras decía todo esto se me venían las sabias palabras de mi padre a la cabeza: "Básicamente, no somos más que máquinas de dormir, comer y cagar". Siempre repetía varias veces "comer y cagar", como dándose la razón a sí mismo.
- Tienes que leer un libro, la condición humana, de Hannah Arendt -añadió para acabar.
  Y no lo he leído, pero en ese momento, me asaltó una súbita ciclogénesis explosiva de pensamiento. En plena crisis, rodeado de todo tipo de protestas y reclamas, de artículos críticos y de bromas sobre el paro juvenil que casi empiezan a cansar (y eso que se hacen bromas porque las noticias ya cansaron hace tiempo), mi mente pasó por todos los estados de ánimo y puntos de vista. Del desprecio a la condolencia, de la crítica a la comprensión, de la indignación a la aceptación. Pensaba en aquellos líderes políticos de izquierdas, derechas y sindicales, que cobrando sueldos y sobresueldos en connivencia con las tropelías cometidas en cajas y demás entidades bajo su supervisión, hacían mutis por el forro por el que se pasaban su integridad. Luego pensaba en aquellos sufridos trabajadores que sólo aspiran a ser liberado sindical, soñando despierto con las comilonas de celebración en los días de huelga general. Luego pensaba en las barras de los bares, en los chistes acerca de famosos mangantes (por ladrones) que se habrán contado, aderezados muchos por un "anda que no es listo". Pensaba en las elecciones autonómicas de Valencia, pensaba en las manifestaciones en las calles y luego mi mente se iba a los pobres niños de África. De pronto los imaginaba vestidos de traje, con la cartera llena, igual de despectivos y despreciables que cualquier otro.

  Dicen que la esencia del ser vivo es la exaltación de su propia existencia. Eso debe ser lo que nos ha traído hasta aquí, y de lo que queramos o no, va a ser muy difícil escapar (y, ¿por qué deberíamos querer?). Probablemente no es ningún milagro que la vida haya llegado a donde está ahora. Quizá ni tan siquiera una casualidad. Al fin y al cabo, la vida es por definición, aquella reacción química (acontecimiento / cosa / movida / x), de los trillones que se dieron y darán, que se emperra en sobrevivir y perpetuarse. Aquella en la que todos los cambios son bien recibidos, pero sólo se conservarán los que ayuden a ese propósito de manera práctica. Máquinas de comer y cagar.

  En esta entrada se da una circunstancia que rara vez se da cuando escribo, y es que he tardado más de un día en terminarla. Desde que comencé a idearla, tras aquella conversación con mi primo en aquel pasillo de hospital, han pasado ya muchos días, tal vez un mes. Y en todos esos días he visto y leído muchas cosas. Artículos en diversos periódicos o páginas, y casi todos ellos hablaban de algo indignante. Vídeos de fanáticos religiosos con las manos llenas de sangre hablando a la cámara con un cadáver caliente a su lado. Vídeos de multitudes (por no decir marabuntas), espero que enajenadas, rodeando, golpeando, quemando vivos a un hombre una mujer y una anciana que no hacían nada por defenderse, en el África profunda. Lo que más me jodió de ese vídeo es que no tenía ningún tipo de contexto, no sabías el por qué de nada, ni supongo que hubiera ayudado en absoluto saberlo. Muchas veces pensé que el perdón universal de Jesús nacía del amor a todas las cosas, de la compresión, de saber ver la belleza por doquiera. Y no siendo una persona especialmente religiosa (para hacerme entender, no lo soy, explicarlo mejor me llevaría mucho tiempo), llegué a apreciar mucho esa filosofía. Sin embargo, en todo el tiempo que llevo macerando esta entrada, he acabado en el nihilismo, casi en el "todovaleísmo", como en toda discusión que se precie y se alargue lo suficiente. Ya no puedo llegar a una conclusión crítica acerca de lo ladrones y/o estúpidos que somos todos. Esto es lo que hay, esta es la vida.

  Sí, hay una pequeña esperanza de hacer las cosas mejor. A veces parece que muy poco a poco (cada par de siglos, más o menos), vamos poniendo otro peldaño más en nuestra humanidad, aquello que nos gusta creer que nos separa de lo animal, de lo natural, de lo mundano y nos hace cuasi divinos. Una forma casi artificial de autoconservación a ultranza, la última argucia de la vida para aferrarse a la vida. Visto así, la codicia y la solidaridad tienen el mismo origen, la misma razón de ser. Así que creo que llegados a este punto en el que ya no tengo clara la definición de bien y mal, debería dejar de escribir, ya que una vez llegado al nihilismo, es difícil volver atrás en apenas un par de párrafos.

  Tal vez con una frase: que le den a todo, ¡bebamos!

martes, 7 de mayo de 2013

Cuentos en las palabras


Últimamente me ha ocurrido a menudo acabar contándole a alguien cómo a veces le doy varias vueltas a las palabras, desde un cierto punto de vista etimológico, para descubrir su significado real o su origen. Un ejemplo muy claro es la palabra des-ayuno, que no necesita explicación, y sin embargo todo el mundo la usa para referirse (aparte de a lo propio) a esa segunda o tercera cena que se hace a altas horas de la madrugada después de velar la noche. Un verbo mucho mas apropiado que desayunar para esas horas, podría ser simplemente "jalar". Para terminar con el ejemplo "desayuno", recientemente me ha dado por buscar la palabra "fast" en google y parece ser que no sólo significa rápido en inglés, sino también "ayuno". Parecía obvio, pero cuando era pequeño, "breakfast" para mí quería decir algo así como... romper rápido, como si dieran por supuesto que lo que se rompe es el ayuno, y sólo quisieran puntualizar que ellos, los anglosajones, lo hacen de manera rápida. Me hizo algo de ilusión pensar que el mundo no es tan raro ni incomprensible como yo creía de pequeño.
Otro ejemplo que uso mucho es la palabra emboscada. Resulta que una de las maneras más asequibles para esconder un ejército de miles de lanzas en la antigüedad (y probablemente, también el número que sea de fusiles en la actualidad), para caer por sorpresa sobre el enemigo, era esconderlo en un bosque. Sin más.
Y muchas otras palabras son obvias, pero las hemos aprendido con una acepción tan concreta que no nos paramos a pensar en ellas, como amable, villano, prensa (escrita), velada (tanto el sustantivo como el adjetivo) o velar, desnudar, incluso vaquero.

Recientemente, un amigo se quedó atascado al intentar decir la palabra "sibarita", y le salió algo así como "sibareno". En ese momento me di cuenta de que "sibarita" tenía forma de gentilicio. Por curiosidad busqué la palabra en wikipedia (http://es.wikipedia.org/wiki/Sibarita), y parece ser que efectivamente existió una ciudad llamada Síbari, colonia griega en la región italiana de Calabria. Parece ser que sus habitantes eran tan refinados que uno de ellos se quejó a un amigo de que no había podido dormir, porque uno de los miles de pétalos de rosa que rellenaban su colchón estaba doblado. Y parece ser también, que los sibaritas presumían de que sus caballos de guerra bailaban al son de la música. De modo que cuando entraron en guerra con Crotona, éstos útlimos contrataron músicos para que tocaran en la batalla, haciendo a los caballos sibaritas bailar y a los propios sibaritas quedar como imbéciles relamidos, supongo. Éste fue el fin de Síbari.

Descubrir esta historia "oculta" tras una palabra tan común me ha hecho (además de ilusión) escribir esto, y pensar que hay una cierta lógica detrás de todo, al fin y al cabo. Y supongo que no sólo en las palabras, cada cosa, cada sitio al que mires, esconde mil historias.

jueves, 2 de mayo de 2013

Ex hoc momento pendet Aeternitas

Se movían entre cañas y barro, entre el miedo y el asco. Entre peces de hielo y sangre de dragón. Con la tranquilidad del que no espera nada, y sabe que nada le espera. La absenta era dulce y las noches amargas. Y los días peor. Y la llama siempre brillaba, más alla, sobre el hombro de Orión. Recolectores de sueños, ¡saluden al cazador!

miércoles, 17 de abril de 2013

Trizas y Cenizas

En el futuro, siempre fui un ser humano extraordinario. Y sigo siéndolo. Pero cuando recuerdo los futuros pasados, los ya acontecidos, el presente resultante se distancia del real cada vez más. Ahora retroalimento mis nuevos futuros con ese conformismo tan mío, que debería ser impropio de mi edad. Y cada vez es más pequeño. Los sueños de niño, las urgencias de púber, hasta las dulces pajas mentales de joven domesticado.
Hay tantos mundos perfectos, actos geniales y obras maestras en mi cabeza.... que ya empiezo a preguntarme qué me separa de ellas. Empiezo a aceptar. Empiezo a intuir que hay otras tantas en la cabeza de otros tantos. Otros tantos que no llegarán a nada, como yo. Otros tantos que se creen muy listos y escriben con aires en un blog, esperando que alguien les lea y diga "joder, es genial". Y... bueno, y nada más, tal vez con eso baste. Pero nadie lo vais a pensar, ¿verdad? Porque no sois los del otro lado, sino del mismo. Malditos engreídos.
Gracias por leer.