miércoles, 23 de octubre de 2013

Palabras de un pacificador para los adalides de la violencia

 Está funcionando. Lo estáis consiguiendo. Leo los periódicos, veo la televisión, oigo comentarios de la gente de todo tipo. Me recorre la ira. Tiemblo de odio. Unos segundos más y caería en vuestra trampa. Pero entonces miro la cara, los ojos, las palabras de aquellos que están encendiendo las llamas. Y creo que creen estar haciendo lo correcto. Y no sé si eso es bueno o malo. Me pierdo en la confusión. El odio se convierte en impotencia. Pero al menos, ya no hay odio.

 Leo titulares que rezan "Injusticia: Del dolor de las víctimas... ...a la burla de los proetarras". Y rechazo ese odio. Veo la cara de una asesina no arrepentida que volvería a matar. Y rechazo ese odio. Quiero pensar que es innecesario fomentar el odio para mover a las masas, para vender periódicos. Quiero pensar que es innecesario fomentar el odio en nombre de la libertad, en pos del bienestar.

 También querría que todos tuviéramos un momento de reflexión antes de soltar espuma por la boca, y que cuando la soltemos sea espuma de mar, para unir las mentes de los que nos escuchan con lugares lejanos, como diría Millás. Primero de todo, conviene que entendamos como funciona la justicia. La justicia no es más que una herramienta elaborada por el ser humano para organizar la convivencia en sociedad. Es esta convivencia la que nos ha hecho avanzar tanto como especie, la que nos ha permitido tener una enorme variabilidad genética -que se traduce en una enorme diversidad de pensamientos e ideas-, y también coches, aviones, y duchas calientes. Y una de las premisas de la justicia es que ha de ser igual y transparente para todos. Son reglas de un pequeño juego, y hemos de pensar que es la aceptación por parte de todos los jugadores lo que las hacen válidas para que funcionen, y que no pueden cambiarse a voluntad del designio de unos pocos para adaptarlas a situaciones concretas, incluso aunque fuera por un fin elevado. Con esto quiero decir que las leyes son imperfectas, sí, y para eso existen legisladores. Y es válido y deseable que exista la voluntad de cambiarlas y mejorarlas, pero también es estrictamente necesario que aquellos encargados de hacer que se cumplan y apliquen lo hagan correctamente. Vayamos al caso concreto:
  En España se elabora un código penal en 1944, tras la guerra civil, que es posteriormente revisado y refundido en 1963 y 1973, entre otras cosas para añadir legislación en materia de terrorismo. ETA ya existía por aquel entonces. Y también Franco. Una gran cantidad de terroristas son juzgados bajo este código penal. En 2006 surge la llamada "doctrina Parot", que básicamente consiste en aplicar la reducción de pena sobre el total de la condena y no sobre el máximo de permanencia legal en prisión (30 años). Esta resolución pretende evitar la pronta salida de prisión de aquellos presos cuya posibilidad de reincidencia sea elevada o casi asegurada, por motivos de seguridad (especialmente en el caso de terrorismo). Al fin y al cabo, si negamos las penas perpetuas o de muerte, aceptamos la posibilidad de reinserción en la sociedad de los individuos. Recientemente (2013), una presa que (parece ser) cumplía exceso de pena respecto a la legalidad vigente cuando fue juzgada por 24 asesinatos de terrorismo, es liberada por orden del tribunal de Estrasburgo. Y añado "parece ser" porque no soy conocedor profundo de las leyes y códigos penales, pero entiendo que los miembros de este tribunal lo son. Y es más, su deber es conocerlas y procurar que se apliquen con la mayor corrección. Desde luego que la labor de un juez está sometida a cierta interpretación personal en ocasiones, pero retomando mi definición anterior de justicia, debemos recordar que lo que hace que precisamente la justicia funcione es que sus leyes sean claras e inequívocas, no sujetas a manipulación ni interpretación, y que se apliquen con diligencia y rigor. También debemos entender que la aplicación de leyes con carácter retroactivo va en contra del principio de que todos debemos conocer y aceptar las normas del juego.

  La liberación e indemnización de una asesina confesa, aparentemente no arrepentida y con posibilidad de reincidencia (esta posibilidad se puede ver más o menos mermada por el cese de la actividad armada de ETA) puede ser lamentable para el común de la sociedad, pero no por ello deberíamos culpar a aquellos que al fin y al cabo, están haciendo su trabajo. Es culpa en todo caso de una legislación contra el terrorismo que podemos considerar insuficiente, por cierto ya modificada. Y es el trabajo de todos, tanto estos mismos jueces fuera de sus puestos, como el resto de nosotros, esforzarnos por la mejora y perfección de las herramientas que utilizamos para optimizar nuestra convivencia en sociedad (lo cual es importante ya que redundará en una mejoría del bienestar de toda la humanidad, al menos según mi interpretación). Cuán mas lamentable es oír a políticos (los cuales son engranajes del sistema legal y deberían trabajar tanto para la mejoría como para el correcto cumplimiento del mismo) quejarse de verse obligados a aceptar dicha resolución. Y por tanto, también lo es que nos quejemos de que estos lo acaten, o de que un juez español ha votado en favor de una decisión tomada por relativa unanimidad.
  
  A todos vosotros, adalides de la violencia, que dedicáis vuestros esfuerzos a fomentar las llamas del odio, a exigir que vuestra opinión se cumpla por encima de la de los demás echando espumarajos por la boca en lugar de espuma de mar, os llamo a la calma. Os animo a ejercitar la comprensión. La comprensión es el primer paso hacia la resolución de conflictos de forma duradera. ¿Acaso no os dais cuenta de que vuestros rivales están convencidos de lo que hacen? ¿De que incluso aunque estuviesen equivocados, creen estar haciendo lo correcto? ¿Acaso no podrías estar vosotros haciendo lo que creéis correcto, y en un gran error al mismo tiempo? No sé si esto esta sonando a apología del terrorismo, espero de veras que mis palabras no hayan sido tan confusas. Pues vosotros, terroristas, así como simpatizantes o indulgentes, así como nacionalistas e independentistas tanto como los centralistas, por si no os habéis reconocido en la descripción precedente, releedla pues estáis incluidos, pues lleváis también en vuestro seno la semilla del odio.
  Sólo me enorgullezco de una cosa y es de haber amado. He amado a los vascos y a su tierra. He amado a los catalanes y a su tierra. Así como he amado a los portugueses, a los belgas, a los holandeses, irlandeses, colombianos, y un largo etcétera. En ocasiones también los he odiado a todos, y me he esforzado en desandar ese camino desprovisto de corazón. He amado debatir y discutir sobre los conflictos que nos enfrentan a todos, a extranjeros con extranjeros y a hermanos con hermanos, con la esperanza de llegar a un entendimiento, con la esperanza de que una palabra mía mejorara aún en lo más mínimo el mundo que me rodea. O un gesto. O un hecho. Esa es mi motivación, y me enorgullezco de esforzarme en cumplirla, aún cuando mis instintos reptiles en ocasiones me apartan de ella.
  He llorado desconsolado muchos atentados terroristas, no sólo de ETA. He lamentado profundamente una gran cantidad de titulares de periódicos de diversas ideologías y procedencias, esforzándome en evitar el odio por unos y otros. Y me he emocionado con el anuncio del fin de la violencia de ETA. Y con cada pequeña señal de que un entendimiento y una paz son posibles. He buscado mil soluciones en mi cabeza para estos conflictos, una república federal, una independencia pactada y un hermanamiento de naciones, un diálogo prolongado que nos llevara a cooperar y a entender que los asuntos de nacionalidad son secundarios y que todos podemos abogar por la cooperación realizando ciertas concesiones. He buscado mil soluciones, sí, porque me he negado a darle la razón a una parte o a la otra. Porque detesto la manera en la que cada uno defiende a sus víctimas sin mencionar a las otras, provocando precisamente que esta reciprocidad (o según como se mire, esta carencia de ella) se acentúe cada vez más. Nos obcecamos con tomar parte, porque así nos han dicho que funciona el mundo, que evoluciona y se cambia. Esta competitividad es una ley de mercado obsoleta. Disponemos de una herramienta mucho más sofisticada desde que se inventó la palabra. Nos permite llegar al acuerdo sin usar la violencia. El pasado siempre está lleno de errores, pero lo importante no es no cometerlos, sino no repetirlos.

  Ciudadanos, muchos intentarán servirse de estos conflictos. Perpetuarlos con diversos fines, nunca honorables (me atrevería a decir). Pero es realmente nuestra decisión si de verdad queremos terminar con ellos. Escuchad si queréis ser escuchados.

   La mano invisible ha muerto, sólo nos quedan las nuestras.

   -- Firmado: Un tipo 9


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