El periodismo debe de ser un mundo complicado. Como tantas otras cosas, se ha visto infectado por el afán competitivo de una sociedad que dispone de tantos recursos humanos que han de ser cribados, tamizados en varios intervalos de valía. Y las pequeñas personitas, que en esta alegoría serían los granos de mineral, tratan de aferrarse a la tela del tamiz como sea, queriendo quedarse lo más arriba posible, sea ese su sitio o no. Pero que sea su sitio o no, o que separar por tamaños sea la distinción adecuada, esa es otra historia.
Vuelvo al periodismo, y me imagino un pequeño pueblo de cien habitantes, en el que cada persona desarrolla una actividad, procurando abastecer a los otros noventa y nueve (y a sí mismo) de una necesidad distinta. Imagino ahora que en ese pueblo hay un periodista. Puede ser más o menos profesional, pero el hecho de ser el único periodista le permite al menos, si éste así lo desea, dedicarse al correcto desempeño de su profesión, que es la transmisión de información. Su deber es procurar que esta información sea relevante y veraz.
Imagino ahora a un estudiante de periodismo, haciendo un trabajo para la universidad, un trabajo de campo que van a entregar, como él, otros noventa y nueve compañeros (por decir un número). A diferencia del pueblo de antes, los cien miembros de esta clase son todos la misma cosa. El "deber" de cada uno es destacar por encima del resto. Y tal vez al menos, en este caso la criba sea la corrección en las formas por parte del profesor (tal vez). Imagino ahora a este alumno de becario en alguna agencia de noticias, o haciendo prácticas en alguna cadena de televisión. Con otros noventa y nueve becarios en la misma cadena. Cadena que, por su parte, convive con otras nueve cadenas que se dedican a lo mismo que ella. Y esta vez la criba es el público. Es un numerito que aparece en un receptor, que te dice cuánta gente está viendo tus anuncios. Ya sabéis como va.
Este criterio de criba, el share, baja directamente del vértice de las cadenas y agencias hasta el estudiante de periodismo, y se mantiene en todo su proceso de ascenso. Es por eso que siempre importa más sorprender, impactar, entretener, que informar. El periodismo ya se había convertido en arma política, instrumento de manipulación, propaganda. Ahora esa no es ya ni su forma más importante. Ahora es una llamada de atención, una luz de neón, un vector de mierda directa al estómago. Poco tardarán en aparecer tetas en revistas y periódicos. Incluso en más, quiero decir, por no decir en todos. Es por esto, que los estudiantes de periodismo salen a la calle a hacer una encuesta, con la idea de qué quieren que salga en lugar de qué quieren saber. Es por eso que preguntan a gente sospechosa de ser adecuada para la respuesta buscada, criban respuestas no deseadas, tergiversan las palabras o incluso inventan respuestas de la nada. Y lo peor es que esto no sólo lo hace un estudiante que quiere que le aprueben, lo acaban haciendo la gran mayoría de periodistas que quieren que les paguen un sueldo, y sus zurullos los acaban comprando los directivos que quieren venderlos a cuanta más gente mejor. Y lo peor es que todos estos están obligados de algún modo a hacer lo que hacen. Si alguno intentara hacer otra cosa, no llegaría a ninguna parte. Parece ser que Huxley tenía razón, después de todo. Han conseguido hacer la censura innecesaria atiborrándonos de información superflua, hasta que decidimos que nuestro criterio a la hora de triar la información es la diversión en lugar del conocimiento.
Pasando de lo general a lo concreto, empezando así por la conclusión para acabar con el origen de mi inspiración, esta mañana he visto cinco minutos de televisión que me han divertido mucho (en ese aspecto, lo han conseguido, aunque no de la forma que ellos pretendían, creo), casi tanto como me han asqueado. El programa (cuyo nombre desconozco) era de AR Quintana. Hablaban en ese momento del famoso caso de Asunta, la niña de origen chino adoptada por una pareja de Santiago de Compostela, hallada muerta. He de reconocer que este caso concreto llamó mi atención en un principio (hace cosa de un par de meses, cuando se produjo), y seguí las noticias en los días posteriores al suceso. Cada nuevo detalle hacía que el caso se pareciera más a una extraña novela negra. Después de que las pruebas señalaran cada vez más hacia la posible culpabilidad de sus padres adoptivos, la policía descubrió a los pocos días un blog en el que Asunta escribía relatos en inglés. En estos relatos, según contaba el periódico en el que leí la noticia, ella y su profesora de inglés de la academia, Elisabeth Paton, eran dos detectives que resolvían casos paranormales, de fantasmas. En uno de ellos, y sólo en uno, se hablaba de dos de los fantasmas cuando aún estaban vivos. Y aunque no se hacía mención directa a la posible relación entre estas personas y Asunta, la policía rápidamente encontró posibles analogías entre éstas y los abuelos de Asunta (fallecidos, casualmente, cosa de un año atrás, precediendo a este blog). Y esto indicaba la posible culpabilidad de Rosario Porto (madre adoptiva y presunta asesina de Asunta) de la muerte, que se creía natural, de sus propios padres. Como veis, la cosa se ponía interesante. Me he explayado un poco con esta historia primero porque la considero interesante, aunque no sea relevante (pero eso es lo que vende ahora, ¿no?), y segundo para que veáis el grado de profundidad que alcanzó la noticia a los pocos días de producirse el suceso.
Pues hoy, como os decía, periodistas del séquito de AR (voz de mando), afirmaban el gran descubrimiento que habían hecho al localizar en Inglaterra a la compañera de Asunta en sus aventuras en el blog. No era un personaje ficticio como se había creído (¿¿??), ¡sino su profesora de inglés de la academia! Noticia en exclusiva brindada por el extenso trabajo de investigación del gabinete de detectives de Telecinco.
Mientras yo aguardaba unos segundos con la boca abierta antes de dar otro sorbo al café, para no tener que escupirlo del sabor a asco que tenía en la lengua en ese momento, prosiguieron con otras cosas interesantísimas como el análisis caligráfico de Rosario Porto, para saber (o "confirmar", recordemos que de eso va el periodismo ahora) si estaba efectivamente mal de la cabeza, supongo. AR se dignó en comentar el curiosísimo hecho de que al girar 180º la rúbrica de Rosario, aparecía un número. ¡El 701, nada menos! Qué misterioso todo. ¡Cómo no iba a estar loca! Tal parece que desde que eligió su manera de firmar ya estaba maquinando la adopción y muerte de la pobre niña. O tal vez algo peor que aún no se ha revelado. ¿Quién sabe que significado oculto, y sin duda ominoso, esconde esa cifra?
Estas últimas reflexiones son mías, no de AR, pero bueno es lo que me han incitado a pensar con su genial periodismo. Qué maravilla de invento la televisión, esa caja mágica que es capaz de transformar cosas vulgares, comunes, irrelevantes, en enormes descubrimientos de interés nacional, incluso aunque ya estuvieran descubiertos de hace tiempo. Creemos, por desgracia, que todo lo que se dice en televisión es cierto, que está revisado una y mil veces, que esa gente es seria aunque se dedique al mundo del espectáculo. Y lo creemos aún más de la prensa escrita, en la que se pueden encontrar a menudo barbaridades, como que David Meca llegó a nado desde la península hasta Mallorca a un ritmo de 10 brazadas por segundo. Pensemos que detrás de estos medios hay gente que trabaja a un ritmo frenético con un objetivo claro por encima del rigor periodístico: sacar el show adelante como sea y en el tiempo requerido, y sobre todo, venderlo.
En medio de este circo me despido. No sé si he sabido concretar ninguna reflexión clara, pero espero que al menos os haya sugerido algo que os haga divagar por unos minutos en sabe dios qué. Pero ante todo, no cambien de canal.
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