viernes, 11 de noviembre de 2011

La religión de Yeshúa

Recuerdo un epígrafe de mi libro de filosofía de bachiller, titulado "Del mito al logos", enmarcado cómo no en los primeros capítulos, dedicados a la filosofía griega. Hablaba del momento en el que el ser humano comienza su andadura por los caminos del conocimiento. En mi opinión se equivocaba. Sería muy difícil establecer una línea clara que señalara el momento en el que el ser humano comenzó a intentar comprender el funcionamiento de las cosas, y sus por qués. La religión ha sido sin duda el primer vector de muchos conocimientos empíricos, y de muchas búsquedas racionales. Los primeros mitos, ya sean tomados como metáfora o no, constituyen una construcción artificial con hechos y sustancias conocidos, incluso cotidianos, que consiguen explicar sin fallas un fenómeno. El procedimiento científico no dista mucho del mitológico, pues lo único que tenemos son conocimientos empíricos que intentamos aglutinar en hipótesis, que damos por buenas si son validadas por esos datos empíricos, dentro de unos márgenes. Hasta que uno de ellos no la cumple, o inventamos una nueva y más precisa.

La religión sigue transmitiendo aún unos conocimientos en los que la ciencia no puede llegar a tener competencias. Conceptos como el bien y la justicia. Conceptos sobre los que no existe una definición objetiva, aunque curiosamente algunos aboguen porque existe un bien universal. Conceptos inherentes a la esencia humana, y no a la universal. Es por ello que a pesar de que muchas religiones hayan sido manipuladas, deformadas y usadas por muchos hombres a lo largo de la historia como instrumento de poder, conservan una esencia que ningún hombre puede alterar pues son reflejo del conjunto indivisible de la humanidad.

Es probable que Jesús de Nazareth, Yeshúa, no existiera jamás. Yeshua es un nombre asociado a títulos mesiánicos [http://es.wikipedia.org/wiki/Yesh%C3%BAa], lo que hace pensar que de haber existido (como personaje histórico, no como hijo de Dios), quizá ni tan siquiera fuera su auténtico nombre. Sin embargo, a menudo cuando pienso en el cristianismo, me resulta fascinante imaginar las enseñanzas, puras y reales, del tal Yeshua. Aquellas con las que resumirías el cristianismo en dos palabras, aquellas que coinciden en todos los testamentos, en oposición a todos esos abominables apéndices que muchos se cuidaron de añadirle, entre ellos el tardío apóstol San Pablo, que de forma curiosa o lamentable, es uno de los principales difusores de la doctrina. Resulta muy curioso pararse a estudiar la multiplicidad de aditivos que ha adquirido una religión que todo el mundo definiría con la misma palabra, de escoger sólo una: Amor.

Si estudiamos a Yeshua como personaje histórico, no podríamos aceptar de ninguna manera que haya resucitado al tercer día. Después de haber sido crucificado y atravesado su costado con una lanza, la posibilidad de que se le diera por muerto sin estarlo realmente, sino solamente sus constantes vitales son por bajas, indetectables, resulta bastante improbable, máxime en los alrededores del año 30 (justo después de Cristo). Conviene pararse entonces a pensar qué significado tiene la resurrección en la doctrina de Yeshua. Reconozco que siempre me costó entender por qué Jesús nos había salvado a todos por morir en la cruz y resucitar al tercer día. ¿Acaso dejar que los hombres le maten, al hijo de Dios, nos asegura un puesto vip en el Reino de los Cielos -feudo, por cierto, del padre de la criatura-? No tiene ningún tipo de sentido.

Más acertado me parece Nietzsche en su interpretación de la historia de ambas figuras, Yeshua y Jesucristo, en su libro "El Anticristo". El regalo de Yeshua, la clave de toda su doctrina, es la muerte en la cruz, cierto. Pero sólo su muerte, su manera de morir. Uno de los mayores predicadores del amor y del perdón, cuando es traicionado por sus círculos más cercanos y más lejanos, sólo a él se le ocurre, nos perdona a todos en su último estertor. Hasta al último y estúpido animal salvaje que se arrastra por la tierra para lograr su sustento y unas pocas monedas de plata. Nos comprende y perdona por nuestro incontrolable salvajismo. Esto sí es predicar con el ejemplo. Nos da el perdón incluso tras proporcionarle un horrible sufrimiento. La resurrección, sin embargo, puede ser entendida como una venganza por parte de sus discípulos, doloridos por la muerte de su maestro. Tres días tardaron en olvidar y desobedecer la más grande y dolorosa de sus enseñanzas.

Al menos yo, no encuentro enseñanza alguna en el hecho de resucitar y subir al Reino de los Cielos. ¿Nos salvó al resto en esa ascensión? ¿Nos trajo el Reino de los Cielos? El mundo parece seguir igual después de ese histórico acontecimiento, la resurrección sólo se puede justificar como "prueba" de la existencia de tal Reino, y de la recompensa que todos esperamos de Dios por seguir su senda. Otra vez la maldita galletita con forma de hueso. No fuimos capaces de comprender que el mensaje era amar sin esperar nada a cambio. Amar incluso a nuestros enemigos. Rezar por ellos. Maldita sea, poner la otra mejilla. ¿Puede haber mayor acto de razón? ¿Mayor separación de los instintos reptiles? Amar la vida, amarlo todo, necesariamente pide comprenderlo todo. La comprensión siempre invita a diluir el odio y fomentar el amor. Realmente es un amor tan platónico el de Yeshua, y a la vez tan diferente. Toma el concepto de belleza y lo derrama sobre todas las cosas que existen. Todo es bello, si tu ojo lo sabe ver. Es esta para mí una visión tan universal que aglutina en cierto sentido todas las opiniones posibles. Y por ello, está por encima incluso del bien. Lo que para algunos representa al bien en sí mismo, realmente convierte en ridículo el propio concepto del bien, ya que todo puede ser amado. Qué simple, y qué bello.

Este es el mensaje que los cronistas y pastores cristianos no pudieron alterar. Esta es la esencia, la filosofía que nos es traída desde milenios atrás en el tiempo, bajo el brazo de una de las formas más antiguas de conocimiento, y casi de consciencia global. Si pienso ahora en que probablemente Yeshua no existió, que muchos de los hechos que componen su historia guardan paralelismos con muchas otras deidades solares de incluso más milenios atrás, si pienso en los Tres Reyes del cinturón de Orión siguiendo a Sirio, la estrella más brillante, si pienso en la Cruz del Sur, en el solsticio de invierno, en Horus, en Mitra... Entonces el mensaje resulta incluso más esperanzador. Entonces esas palabras no son algo dicho por un sólo hombre, un hombre excepcional que marcó un hito en la historia y el pensamiento. Son una herencia tan ancestral que efectivamente pertenece al conjunto indivisible de la humanidad.

Es una pena que no me pueda calificar a mí mismo de cristiano, y de religioso. No podría hacerlo para ser correcto, ya que al final una palabra es un sonido que representa un concepto, con el fin de que sea entendido por una segunda persona. Por tanto, si alguien me pregunta si soy cristiano, he de entender que quiere saber si sigo la doctrina y liturgia (por no decir sólo liturgia) de Jesucristo, y no la religión de Yeshua. La respuesta es no. Si alguien me pregunta si soy religioso, quiere saber si creo en un ser superior con el simple motivo de la fé (me gustaría añadir ciega, pero considero al adjetivo redundante), o quizás si sigo las costumbres culturales de mi pueblo en cuanto a religión, y no si creo en que hay un sentido detrás de todo lo que existe, si me maravillo por cómo los cromosomas se alinean antes de una mitosis y me planteo si es demasiado perfecto para ser casual, o si me interesa el conocimiento profundo y milenario de la verdadera esencia del hombre que entraña la religión. La respuesta por tanto, ha de ser de nuevo no.

Como reflexión final, me gustaría recordar lo que un día me dijeron que significaba la palabra religión (es algo bonito de las palabras, no sólo transmiten conceptos, sino que a menudo portan pedacitos de historia). Re-ligion, "Re" por volver, "ligion" por ligar, unir. Reunir. Reunir al hombre de nuevo con Dios. Mi pregunta es si la religión no querrá reunir realmente al hombre con el hombre, a la humanidad. Si no será la ligadura que nos hace iguales, próximos. Prójimos.
Ahora, si ambas cosas son distintas o la misma, implicaría intentar definir a Dios. Pero eso ya es otra historia... y bastante ardua. Y habiéndose alargado esta ya lo suficiente, me despido.

Gracias

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