Se movían entre cañas y barro, entre el miedo y el asco. Entre peces de hielo y sangre de dragón. Con la tranquilidad del que no espera nada, y sabe que nada le espera. La absenta era dulce y las noches amargas. Y los días peor. Y la llama siempre brillaba, más alla, sobre el hombro de Orión. Recolectores de sueños, ¡saluden al cazador!
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