martes, 27 de mayo de 2014

La Destrucción. La deriva como rescate.

  A veces un impulso nervioso se queda huérfano de meta, sin la ilusión del propósito, y navega por axones olvidados, y casi atrofiados. En su pequeña deriva, en su momento de duda, la sinapsis es inducida por estímulos simples que no atienden a razones: la luz del otoño, un olor conocido, una parte por billón de cierta hormona en sangre.
  A menudo no dura más de uno o dos segundos. Se activa una conexión que llevaba años dormida, y de pronto estás en otro año, en otro sitio, en otro cuerpo. Este viaje magnífico desnuda el pensamiento, despojándolo de la mirada familiar que pone sobre las cosas. Uno observa en ese segundo lo fácil que es cambiar de uno a otro estado, ser uno o ser otro, ser miles. Recuerda que en algún lugar siguen y seguirán los axones de todos los yos que fue. Que nunca murieron.

  La tranquilidad hace que la línea de la vida se trace sobre el papel sin sinuosidad, siguiendo el eje del tiempo con obediencia. Apenas oscila nada más, parco en posibilidades, como una función de onda dibujada por Dirac.
  Las sacudidas, sin embargo, hacen que el trazo tiemble y se vuelva errático, y en ocasiones éste se corta a sí mismo; ves una encrucijada, un solapamiento de recuerdos fugaz, y luego mar abierto, sin rumbo ni norte. Esa lazada atesora la confusión y la hace desaparecer, una captura en un Go caótico que se ríe de la incoherencia de su nombre. La deriva es el marco de tu nueva libertad. La suma de las identidades perdidas, su acicate.

  Tal vez sea así como funcione la destrucción. Una rueda de la fortuna que cree en la sagrada tradición de que la solidez es inflexible y frágil hasta lo divertido. De que la estabilidad es el momento idóneo para el derrumbe, que las aguas tóxicas son deliciosas y potables y todos los curas son verdaderos padres. Que el momento en que lo sabes todo es propicio para aprender algo nuevo, y que debajo del fango hay estratos, derrotas, que saben a victoria al ser sobrevividas, y supervivencias que saben a derrota, a no saber perder en el sentido más literal. Sabores, ese es el conocimiento, ese es el auténtico paso del tiempo.
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  De forma inocente, sedado por circunstancias de lo más transitorias, creí poder escribirle a la destrucción desde la felicidad recobrada, como si fuera una herramienta de renovación, cosa que tal vez sea.
  Quiero sentir que en las horas más oscuras hay lecciones por aprender, hay cenizas que serán Fénix, pero sólo siento un error de interpretación, la destrucción indignada por despreciar su esencia como conclusión, pues es tránsito en el tiempo de las vidas, pero es inevitable final en lo eterno de la muerte, la estática mayestática.
  Qué es un aliento en el viento, una lágrima en la lluvia, un excremento en el cieno, una palabra en la red, una vida en la Tierra, y qué es la Tierra en la placenta negra del Universo. La Tierra, que contiene tantos Universos como hombres, como perros, como algas, como rocas. Y cada Universo una muerte anhelando su cero sincero.

  Viendo a los Monty Python me di cuenta de la realidad detrás de las películas de piratas, cosas que tomamos por tópicas. Hay una diferencia entre imaginar como fantasía y como realidad. En la fantasía ves los cañonazos, el humo, los gritos, tu propio barco navegar desde un plano de helicóptero. En la realidad, las esquirlas de la madera astillada intentan perforar tus manos callosas mientras empujas el cañón a la porta, ayudado por tres hombres que apestan a sudor, en una bodega que apesta a humedad, licor y vómito, y nada de eso importa ya que la proximidad de una muerte inevitable y por sorpresa empieza a hacer que la realidad pierda su nombre.

  Ilusos. Dadle a Dios lo que es de Dios, pues del hombre son la hez y la traición. Sí, ¡he aquí el hombre!