lunes, 15 de septiembre de 2014

La Destrucción. Los finales evitables.

Existe una paradoja inherente al cálculo de probabilidades. Uno puede acercarse a un estudio tal desde la postura del que acepta su total incompetencia e ignorancia en el asunto, que sólo le deja la opción de despreciar todas las causas que llevarán al fin, considerando el fin como algo que se dará por sí solo. No lo esperas, no lo alientas, lo tomas cuando se cruza en tu camino. Otro puede acercarse creyendo que los fines y finales ocurren inevitablemente, y que el azar puro es la única cosa que le separa de su predicción. Admitiendo, al fin y al cabo, al final, la posibilidad. La existencia de lo posible. Admitiendo múltiples finales y sabiendo que sólamente uno se dará.

Y aquí está la paradoja, que arrebata el nombre de final a los fines finados. Y uno dice, esto ya lo he visto, ha ocurrido más veces, y cada vez estoy más cerca de averiguar el por qué. Y uno se pierde en la falacia de que el tiempo no pasa, y las cosas no acaban, y todo vuelve antes de volver. Y uno se pierde la unicidad, y transforma su vida en una línea en la que todo esta ordenado en estantes, estantes aberrantes que dan a las cosas nombres que no las nombran. Y otros no recuerdan bien qué cosas ocurrieron antes y después, y no importa, ya que jamás conocerán cómo unas y otras están íntimamente ligadas, y cómo sí importa, tal vez, el tiempo de cada una. Pero sí recuerdan las cosas, cada una por separado, y así las hacen suyas.

Y es así que hay cosas que terminan, y nos revolvemos por dentro, porque no hay finales alegres, y hasta el fin del dolor es una tragedia. Porque el cambio nos aterra, nos recuerda que el tiempo pasa y las cosas acaban y la muerte siempre aguarda. Nos afanamos en evitarla, en evitar los finales, y soñamos que del mismo modo que formamos parte de los caminos, los elegimos nosotros. Pero no somos su único adoquín. Cada día es un final, un bar que cierra, un amor que termina, un jarrón que se rompe, una luz que se apaga. Podemos alargarlos a veces, podemos imaginarnos otros finales distintos, que serán tan auténticos como el real, como lo que son, como sueños, pero jamás lo sustituirán.

Aprended a respetar los finales, disfrutad de sus últimos segundos. Los segundos, imbéciles, eso ha sido lo único que habéis tenido todo este tiempo. Todos los segundos del camino en los que os dedicasteis a pensar en los segundos venideros. ¿En qué quedaron cuando el porvenir se evaporó? Cuando la muerte nos haga eternos, la única victoria que nos quedará será haber sido efímeros durante un pequeño instante.


Des visages, des figures

Hay un hombre enfrente de mí que no me quita el ojo de encima. Remueve su café despreocupado con una medio sonrisa, y su mirada es tan fija y carente de sutileza que pasa por mucho de lo puramente incómodo.
De repente se levanta, sin desviar su atención ni un poco de mi cara. Bordea su mesa y esquiva las sillas que encuentra en su camino haciendo uso del tacto, oh Dios, viene hacia aquí, ¿se va a sentar? Sí, claro que se va a sentar, qué nervios... ¿Será un psicópata? Nadie clava la mirada así en la gente, no es educado. Aparta la silla que tengo enfrente unos centímetros, no digo nada, me quedo con la boca abierta mirando cada movimiento, el sonríe, se sienta.
Hay una sensación que no experimento desde niño, desde el tiempo de mis primeros y nublados recuerdos. Definitivamente está loco, ¿pero qué demonios quiere de mi? Ver un rostro nuevo, diferente. Mientras dice esto recorre mis facciones con desmesurado interés. La mayoría de los rostros los puedes formar con otras dos o tres caras conocidas, su mirada se posa en mis labios y algo se enciende en mi interior, un calor que me sube del vientre hormigueando, ahora estoy totalmente rígida y ya apenas me pregunto qué diablos hace él aquí, sólo pienso en qué dirá luego, la mandíbula de ese, los pómulos de aquel, los ojos y frente de este otro, y sus ojos dibujan trazos exquisitos que van de mi boca a mis orejas, de mis orejas a la punta de mi nariz, de ahí al pómulo y al fin las pupilas, y un balón se infla en mi pecho apretando los pulmones contra las costillas, sin poder apenas respirar. Caminas por calles nuevas, en ciudades nuevas, y te cruzas mil rostros desconocidos, y sin embargo ninguno nuevo, todos los has visto ya, el hechizo de su mirada y la mía formando la misma línea no me deja mover ni un dedo, pero el tuyo... Sus ojos realizan un arco imperceptible e impecable que vuelve a mi boca, y entonces, más fuego. El tuyo es un rostro que no había visto nunca. Un rostro nuevo al fin, unos labios, unos ojos, una nariz, una piel, de tu sola propiedad. Que se calle. Me derrito. Algo hay en sus palabras, algo que las hace brutalmente ciertas. Le creo. Le creo, y en su relato me arrastra hacia verdades profundas, y su rostro es todos los rostros, y su lengua nunca se equivoca, y yo le seguiría a cualquier parte, a un sucidio colectivo incluso al más allá. Tu rostro es distinto, único. Cállate. Por favor, hazlo parar...  Pero mira que eres fea. Joder.