lunes, 12 de octubre de 2015

De lo Inefable

   --No usen la palabra muy, porque es una palabra perezosa. Una persona no está muy cansada, está exhausta. Y no digan muy triste, digan taciturno. El lenguaje fue desarrollado con un propósito, ¿que es...?
   --¿Para comunicarse?
   --¡No..! Para cortejar a las mujeres. Y en ese empeño, la pereza no sirve.

   Hay una palabra que detesto ver escrita: inefable. Tal vez esté leyendo a Lovecraft, y el bueno de Howard haya imaginado la existencia de algo que no se puede imaginar, o eso creyó. Tal vez pensara que ese concepto, la existencia de algo que ni siquiera puedes imaginar, mucho menos describir con palabras, pudiera crear terror en la mente del lector. Y tal vez tenía razón, nos asusta lo desconocido. Nos aterra pensar que tal vez exista algo que seamos incapaces de entender o asimilar, de etiquetar, incluso aunque lo tengamos ante nuestros propios ojos. Que es posible mirar a R'lyeh y ver ángulos fuera de la circunferencia, geometrías imposibles, ilusiones ópticas talladas en piedra. Tal vez Cthulhu no tenga cabeza de pulpo ni alas de dragón, pero ese fue el mejor intento de un escritor por transmitir el pavor de un ser informe e inaprensible, y muy antiguo. O Ancestral, mejor dicho. Pues vale, en este caso, podría pasar. Está jugando precisamente con ese concepto. Lo que no soporto es verla en cualquier otro contexto, en el que el usuario de la misma intenta transmitir "mira qué situación más maravillosa he vivido, o qué idea genial he tenido, y de paso, mira qué palabra tan chula conozco", y yo entiendo "no sé escribir, para qué te voy a engañar".

   Dejemos lo inefable para los ejercicios --fallidos, si uno es estricto-- de imaginación, y respetemos la página en blanco. Un escritor, cualquier escritor, no puede resignarse a usar esa palabra. Va a emprender un intento de describir algo que tiene en su mente, y en ese empeño, la pereza no sirve. Da igual que el escritor esté elaborando un poema, una novela, una carta a su amada o a un proveedor, una lista de la compra o un post-it que pegará en la nevera. Tal vez no te acuerdes de la palabra "desatascador", pero puedas escribir "esas bolitas o ese gel que echas en el lavabo cuando se llena de agua y el agua no baja", o "esa ventosa de goma con forma de acordeón y un palo". Tal vez no recuerdes la palabra "exhausto", y te tengas que resignar a escribir "muy cansado". Tal vez te cueste mucho describir qué sentiste cuando Ella entró en el bar, o no respondió a tu mensaje. Pero has de intentarlo. Respeta la página en blanco. Porque en el momento en el que posas el lápiz sobre el papel, o los dedos sobre las teclas, entonces eres un escritor, y vas a codificar con palabras lo que está escrito en sinapsis y hormonas. Nadie pide que sea perfecto, tal vez eso sea imposible. Basta con acordarse de comprar desatascador en la tienda, o con guiar amablemente las sinapsis del receptor del mensaje.
     Otros dirán que no es necesario guiar, no al menos en cada curva. Que las obras de arte son cosas vivas, que de hecho cobran vida al ser disfrutadas (leídas, escuchadas, observadas, tocadas...). Que existen tantas interpretaciones de una obra como espectadores de la misma. Que a veces el artista crea algo abierto para que el receptor le dé sentido, y acomode los detalles difusos según su propio gusto. Y, en este aspecto, se podría justificar lo inefable. Pero claro, siempre habrá gente que se sirva de esta excusa para la pereza, la vaciedad, el ocultar la falta de genio con velos de misterio. A mí esta gente me come los cojones.

   Ante la página en blanco, todos somos escritores, y lo inefable no es más que un desafío, como quien oye "imposible" y escucha "improbable". Y aunque no exista la palabra "sarbilopenda", tampoco existen los colores "rolanja" ni "azurillo". Y los pintores pintan. Y aunque le hagan un agujero al lienzo, o le prendan fuego, no hablan de "lo impintable", porque ese es un cuadro que jamás se llega a colgar.

Ella.
Ella es una imagen borrosa
que nunca se llega a borrar.
Ella tuvo mil caras y brillos,
mil voces y timbres.
Ella me siguió hasta casa,
y me abandonó en un bar.
Me hizo llorar, no me dejó razonar,
cruzó la puerta y me puse a temblar.
Y al día siguiente, la volvió a cruzar,
y le di la espalda, miré a otro sitio,
y mi indiferencia me dolió mucho más.
Ella me hizo echar de menos la tristeza.
Ella fue rubia y morena,
pelirroja y hasta barbuda.
Ella me hizo adorarla, ignorarla, y tratarla mal,
pero siempre me dio en qué pensar.
Ellas son Ella,
Y Ella es mi amor por amar.