martes, 28 de mayo de 2013

La condición mundana

- El otro día vi una foto que tendrá unos veinte años, de unas vacaciones. Mi padre iba vestido de chándal, y mi madre mi hermano y yo, con camisetas de publicidad de Café de Colombia. Parecíamos albanokosovares. En menos de veinte años, ya vivíamos en un chalet, mi hermano estaba fundiendo perras a mansalva en vicios por Madrid, y yo por Asturias. Apenas mayor de edad y ya conducía un S3. En la foto, teníamos un Renault 11. Como todo el mundo. Ahora hay dos Bemeuves en casa. Y mira, mira por la ventana:
  Me acerqué a la ventana de la zona de espera, que daba al aparcamiento del hospital, mientras me iba relatando en voz alta los coches aparcados de izquierda a derecha - BMW, BMW, BMW, Renault nuevo, Mercedes, BMW, otro Renault de este año, Audi, Mercedes, BMW... todo esto, ¿de dónde ha salido? ¿Se ha creado tanta riqueza en 20 años? ¿Quién lo ha producido? Porque donde yo trabajo, hay nueve personas  ocho horas en una oficina. De esas setenta y dos horas, se trabajan más o menos dos al día. De verdad, no entiendo cómo funciona esto. Sólo consumimos, traga y traga y luego tiramos todo a la mierda. Y se supone que crecemos.
  Mientras decía todo esto se me venían las sabias palabras de mi padre a la cabeza: "Básicamente, no somos más que máquinas de dormir, comer y cagar". Siempre repetía varias veces "comer y cagar", como dándose la razón a sí mismo.
- Tienes que leer un libro, la condición humana, de Hannah Arendt -añadió para acabar.
  Y no lo he leído, pero en ese momento, me asaltó una súbita ciclogénesis explosiva de pensamiento. En plena crisis, rodeado de todo tipo de protestas y reclamas, de artículos críticos y de bromas sobre el paro juvenil que casi empiezan a cansar (y eso que se hacen bromas porque las noticias ya cansaron hace tiempo), mi mente pasó por todos los estados de ánimo y puntos de vista. Del desprecio a la condolencia, de la crítica a la comprensión, de la indignación a la aceptación. Pensaba en aquellos líderes políticos de izquierdas, derechas y sindicales, que cobrando sueldos y sobresueldos en connivencia con las tropelías cometidas en cajas y demás entidades bajo su supervisión, hacían mutis por el forro por el que se pasaban su integridad. Luego pensaba en aquellos sufridos trabajadores que sólo aspiran a ser liberado sindical, soñando despierto con las comilonas de celebración en los días de huelga general. Luego pensaba en las barras de los bares, en los chistes acerca de famosos mangantes (por ladrones) que se habrán contado, aderezados muchos por un "anda que no es listo". Pensaba en las elecciones autonómicas de Valencia, pensaba en las manifestaciones en las calles y luego mi mente se iba a los pobres niños de África. De pronto los imaginaba vestidos de traje, con la cartera llena, igual de despectivos y despreciables que cualquier otro.

  Dicen que la esencia del ser vivo es la exaltación de su propia existencia. Eso debe ser lo que nos ha traído hasta aquí, y de lo que queramos o no, va a ser muy difícil escapar (y, ¿por qué deberíamos querer?). Probablemente no es ningún milagro que la vida haya llegado a donde está ahora. Quizá ni tan siquiera una casualidad. Al fin y al cabo, la vida es por definición, aquella reacción química (acontecimiento / cosa / movida / x), de los trillones que se dieron y darán, que se emperra en sobrevivir y perpetuarse. Aquella en la que todos los cambios son bien recibidos, pero sólo se conservarán los que ayuden a ese propósito de manera práctica. Máquinas de comer y cagar.

  En esta entrada se da una circunstancia que rara vez se da cuando escribo, y es que he tardado más de un día en terminarla. Desde que comencé a idearla, tras aquella conversación con mi primo en aquel pasillo de hospital, han pasado ya muchos días, tal vez un mes. Y en todos esos días he visto y leído muchas cosas. Artículos en diversos periódicos o páginas, y casi todos ellos hablaban de algo indignante. Vídeos de fanáticos religiosos con las manos llenas de sangre hablando a la cámara con un cadáver caliente a su lado. Vídeos de multitudes (por no decir marabuntas), espero que enajenadas, rodeando, golpeando, quemando vivos a un hombre una mujer y una anciana que no hacían nada por defenderse, en el África profunda. Lo que más me jodió de ese vídeo es que no tenía ningún tipo de contexto, no sabías el por qué de nada, ni supongo que hubiera ayudado en absoluto saberlo. Muchas veces pensé que el perdón universal de Jesús nacía del amor a todas las cosas, de la compresión, de saber ver la belleza por doquiera. Y no siendo una persona especialmente religiosa (para hacerme entender, no lo soy, explicarlo mejor me llevaría mucho tiempo), llegué a apreciar mucho esa filosofía. Sin embargo, en todo el tiempo que llevo macerando esta entrada, he acabado en el nihilismo, casi en el "todovaleísmo", como en toda discusión que se precie y se alargue lo suficiente. Ya no puedo llegar a una conclusión crítica acerca de lo ladrones y/o estúpidos que somos todos. Esto es lo que hay, esta es la vida.

  Sí, hay una pequeña esperanza de hacer las cosas mejor. A veces parece que muy poco a poco (cada par de siglos, más o menos), vamos poniendo otro peldaño más en nuestra humanidad, aquello que nos gusta creer que nos separa de lo animal, de lo natural, de lo mundano y nos hace cuasi divinos. Una forma casi artificial de autoconservación a ultranza, la última argucia de la vida para aferrarse a la vida. Visto así, la codicia y la solidaridad tienen el mismo origen, la misma razón de ser. Así que creo que llegados a este punto en el que ya no tengo clara la definición de bien y mal, debería dejar de escribir, ya que una vez llegado al nihilismo, es difícil volver atrás en apenas un par de párrafos.

  Tal vez con una frase: que le den a todo, ¡bebamos!

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