miércoles, 8 de julio de 2015

Tu Yo Inmortal

     Me han apuñalado en la barra de un bar. En algún universo, me estoy desangrando camino del hospital, empapando la camilla de la ambulancia, y apenas siento los dedos enguantados en látex en la carne herida y adormecida. La vista se nubla mientras pienso en la posibilidad de la muerte, en el libro que nunca terminaré, en la chica que no volveré a llamar, en la hermana que irá mañana a buscarme al aeropuerto y no me verá, y llorará toda la tarde. El techo de la ambulancia se desenfoca y el frío aumenta, y yo maldigo la mentira de la heroicidad de mi propia historia.
     En éste, camino despreocupado de vuelta a casa, fumando un venenoso cigarrillo, como si fuera inmortal. El tipo del puñal se ha resbalado con el charco de una cerveza, ayudado por el espín apropiado de uno de los electrones de la baldosa encharcada. La navaja me erra por un palmo, rebota en la barra, y le hace un corte en la pierna al motero de al lado, asida aún con fuerza por su dueño, e impulsada por el peso del mismo en azarosa caída. El herido agarra al caído por las solapas y le da dos sopapos, y éste en respuesta le hiere el abdomen. La gente se levanta, comienzan los gritos y vuelan las botellas. Una estalla a mi lado y una esquirla me araña un brazo, pero por lo demás, consigo salir indemne del bar, y de la trifulca.
     Camino de casa, entonces, me maravillo de mi suerte, dando caladas y lamiendo el arañazo, a ratos. Sí, tal vez soy inmortal. Ese pobre desgraciado de la ambulancia no es más que el accesorio necesario para mi inmortalidad cuántica. Y especialmente, para la de otros, como el motero herido en pierna y abdomen, que tal vez mientras yo esté en la ambulancia, se acabe su cerveza con tranquilidad. Pobre desgraciado ése también, esa persona más lejana a mí que mi otro yo, pero de una realidad más cercana, que sangra ahora en el bar para que yo camine hacia casa, fumando, lamiendo, pensando.

     Llego a casa, me descalzo, me siento en el sofá. Y me siento solo. Si mi verdadero yo es el que sobrevivirá siempre, el testigo inmortal de la improbable realidad creada para que siga su suerte, entonces qué son los demás. Ninguno es su auténtico yo. Hay un motero en algún lugar que tal vez ni sea motero, ni conozca ese bar. Hay un tipo en algún lugar que no ha resbalado, o que nunca ha tocado una navaja, y que vivirá mil años. Y yo nunca los conoceré, aunque me dé igual. Me siento mimado, y al mundo como un escenario creado para mi disfrute y goce eterno, lleno de actores a los que les ha tocado estar tristes, estar muertos, o servirme el café. Y me siento solo. ¿Cuál es la probabilidad de encontrar a un igual? ¿De que la inmortalidad de otro sea requisito para la mía? La divergencia es infinita.
     Me siento especial. El mundo es un parque de atracciones, y yo vivo como si no fuera a morir nunca, tomando de aquí y de allá. Dejando hacer al azar. Todos, mis siervos. Todos los que me cruzo y no me volveré a cruzar, y todos los que amo. Y me siento solo. Ella, ¿dónde está ella? Nunca conoceré a su yo inmortal.
     ¿Dónde estás? Me pregunto si se parece a ti, tu yo mía, tu yo mortal. Tu yo mortal de entre todas las infinitas otras tú que también morirán para hacer el escenario de sabe dios qué mendrugo de qué línea y lugar. ¿Amaría yo a tu yo inmortal?

     Deseo por un momento conocerte, a tu yo de verdad. Deseo por un momento ser marioneta de tu verdadera línea temporal, y ser herido de muerte en la barra de un bar.

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