jueves, 4 de junio de 2015

La unicidad de Très

     Le dije a Très que los echaba de menos. Y ella me dijo, cuando vuelvas, echarás de menos eso.
     Qué curioso, pensé. Todo este tiempo adorando los segundos del mismo, mis preciados segundos, y ahora me doy cuenta de que lo que me faltan son vidas. No vidas consecutivas; vidas paralelas. Infinitas vidas eternas en cada rincón del espacio-tiempo, y todas ellas yo, y recordarlas todas al ir a la cama, sabiendo que todas las vidas son la misma y que en mi sueño se mezclan, por fin, todos, absolutamente todos los segundos del Universo. En cuanto a segundos se refiere, mi sana avaricia no conoce límites.
     Pero Très no quiere vivir mil vidas, con una le basta, me dice. Quiere que sólo haya una Très, dedicada a una cosa de cada vez, con una pequeña máquina de teletransporte que le haga traspasar los límites de la distancia y el tiempo, y elegir a cada vez un momento y vivirlo al máximo. Eso sí le gustaría. Estar ahora en Singapur comiendo tallarines, ahora en el Atlántico respirando la brisa de popa, ahora conmigo en una terraza, y ahora en su habitación, sola. Tener la carta completa de todos los segundos, y poder elegir uno. A Très, lo que le molesta, son los horizontes de eventos.
     Y yo pienso en decirle que más le vale que su máquina de teletransporte sea de agujeros de gusano, y no de entrelazamiento cuántico, porque entonces moriría cada vez que eligiera, y habría tantas Très como segundos escogiera de la carta. Pero le digo, ¿qué pasa con los otros segundos? ¡Te los estás perdiendo todos! Infinitas historias en infinitos sitios.
     Y Très me dice que eso es lo que quiere, que sólo haya una Très, que elija qué momento vivir por encima de todos los demás momentos coetáneos del tiempo, que sólo así esos momentos serán únicos, especiales. Bendecidos por su presencia, y benditos para ella, elevados por encima de la red continua diferencial como un impulso de Dirac de intesidad uno, y a la vez, infinita, que colapsa la función de onda a su antojo y decisión.
     Y me hace callar otra vez. Tal vez por eso a Très le guste el número tres. Nunca le han gustado las decisiones cerradas de sí o no, de blanco o negro, necesita imaginar una escala de grises y de talveces entremedias de la que elegir la tercera vía. Elección abierta, pero elección. Por eso prefiere el piedra, papel o tijera, al cara o cruz. El tres es la rebeldía del dos, el principio de la multiplicidad más allá de la línea recta. Un primo, sólo partible en unos, pero que niega la dualidad de las partes y partidos.
     Le agradezco el regalo, me enciendo un cigarro, y pienso en el suicidio cuántico. Sí, la unicidad es lo que nos hará inmortales, un sólo Universo entre infinitos de ellos, con una probabilidad ridícula, pero mayor que cero. Y una conciencia que allí sobrevive, para poder crearlo. Y el humo que sube caprichoso por caminos azarosos, trazando formas únicas, que ningún humo de otra boca o cigarro ha trazado jamás, y que siempre tendrá nuevos caminos inexplorados en otras tantas atmósferas. Sí, la unicidad me hará inmortal, y en cuanto a segundos se refiere, mi sana avaricia no conoce límites.
     Y vuelvo a mis cosas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario