Existe una paradoja inherente al cálculo de probabilidades. Uno puede acercarse a un estudio tal desde la postura del que acepta su total incompetencia e ignorancia en el asunto, que sólo le deja la opción de despreciar todas las causas que llevarán al fin, considerando el fin como algo que se dará por sí solo. No lo esperas, no lo alientas, lo tomas cuando se cruza en tu camino. Otro puede acercarse creyendo que los fines y finales ocurren inevitablemente, y que el azar puro es la única cosa que le separa de su predicción. Admitiendo, al fin y al cabo, al final, la posibilidad. La existencia de lo posible. Admitiendo múltiples finales y sabiendo que sólamente uno se dará.
Y aquí está la paradoja, que arrebata el nombre de final a los fines finados. Y uno dice, esto ya lo he visto, ha ocurrido más veces, y cada vez estoy más cerca de averiguar el por qué. Y uno se pierde en la falacia de que el tiempo no pasa, y las cosas no acaban, y todo vuelve antes de volver. Y uno se pierde la unicidad, y transforma su vida en una línea en la que todo esta ordenado en estantes, estantes aberrantes que dan a las cosas nombres que no las nombran. Y otros no recuerdan bien qué cosas ocurrieron antes y después, y no importa, ya que jamás conocerán cómo unas y otras están íntimamente ligadas, y cómo sí importa, tal vez, el tiempo de cada una. Pero sí recuerdan las cosas, cada una por separado, y así las hacen suyas.
Y es así que hay cosas que terminan, y nos revolvemos por dentro, porque no hay finales alegres, y hasta el fin del dolor es una tragedia. Porque el cambio nos aterra, nos recuerda que el tiempo pasa y las cosas acaban y la muerte siempre aguarda. Nos afanamos en evitarla, en evitar los finales, y soñamos que del mismo modo que formamos parte de los caminos, los elegimos nosotros. Pero no somos su único adoquín. Cada día es un final, un bar que cierra, un amor que termina, un jarrón que se rompe, una luz que se apaga. Podemos alargarlos a veces, podemos imaginarnos otros finales distintos, que serán tan auténticos como el real, como lo que son, como sueños, pero jamás lo sustituirán.
Aprended a respetar los finales, disfrutad de sus últimos segundos. Los segundos, imbéciles, eso ha sido lo único que habéis tenido todo este tiempo. Todos los segundos del camino en los que os dedicasteis a pensar en los segundos venideros. ¿En qué quedaron cuando el porvenir se evaporó? Cuando la muerte nos haga eternos, la única victoria que nos quedará será haber sido efímeros durante un pequeño instante.
Y aquí está la paradoja, que arrebata el nombre de final a los fines finados. Y uno dice, esto ya lo he visto, ha ocurrido más veces, y cada vez estoy más cerca de averiguar el por qué. Y uno se pierde en la falacia de que el tiempo no pasa, y las cosas no acaban, y todo vuelve antes de volver. Y uno se pierde la unicidad, y transforma su vida en una línea en la que todo esta ordenado en estantes, estantes aberrantes que dan a las cosas nombres que no las nombran. Y otros no recuerdan bien qué cosas ocurrieron antes y después, y no importa, ya que jamás conocerán cómo unas y otras están íntimamente ligadas, y cómo sí importa, tal vez, el tiempo de cada una. Pero sí recuerdan las cosas, cada una por separado, y así las hacen suyas.
Y es así que hay cosas que terminan, y nos revolvemos por dentro, porque no hay finales alegres, y hasta el fin del dolor es una tragedia. Porque el cambio nos aterra, nos recuerda que el tiempo pasa y las cosas acaban y la muerte siempre aguarda. Nos afanamos en evitarla, en evitar los finales, y soñamos que del mismo modo que formamos parte de los caminos, los elegimos nosotros. Pero no somos su único adoquín. Cada día es un final, un bar que cierra, un amor que termina, un jarrón que se rompe, una luz que se apaga. Podemos alargarlos a veces, podemos imaginarnos otros finales distintos, que serán tan auténticos como el real, como lo que son, como sueños, pero jamás lo sustituirán.
Aprended a respetar los finales, disfrutad de sus últimos segundos. Los segundos, imbéciles, eso ha sido lo único que habéis tenido todo este tiempo. Todos los segundos del camino en los que os dedicasteis a pensar en los segundos venideros. ¿En qué quedaron cuando el porvenir se evaporó? Cuando la muerte nos haga eternos, la única victoria que nos quedará será haber sido efímeros durante un pequeño instante.
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