Había un Poeta al que le gustaba hablar sobre agujeros negros, pero esa es otra historia. Una vez fue aquel para el que el mundo era vasto y multisabor, y casi sentía que podía abarcarlo con sus brazos. De voraz ansia por conocer, y por crear, aquel mundo tan vasto se volvió pequeño. El deseo de aprender, de crecer, parecía llevar tan sólo a una rutina de sensaciones agradables, y a un pedestal de alturas insalvables. Pronto empezó a llamar su curiosidad aquello de lo que los mortales llevaban hablando mil vidas. Algo pequeño y sencillo, diminuto en comparación con el vasto universo, pero de una profundidad que no se podía comparar con aquella simple colección de colores, olores, sabores, sonidos, historias y números que había estado recopilando. Aun no había probado ni una pequeña parte de ellas, pero cada nueva sensación le recordaba a la anterior. Sin embargo aquello prometía ser distinto.
Fue a hablar con el Loco, que sabía que una vez había visto aquel misterio humano. Antes su nombre también era el Poeta, y creyó que tal vez a él le entendería mejor.
- El Abismo buscas, parece -le dijo el Loco-. No te lo puedo impedir, tampoco recomendar, pero cierto es que es precioso lo que allí hay. Y ha de verlo aquel que sienta la curiosidad. Pero no todo lo que vas a encontrar es belleza.
- ¿Por qué lo llaman el Abismo? -preguntó el Poeta, curioso.
- Porque está en el Abismo, y allí has de mirar si lo quieres encontrar. Aunque yo no lo llamaría Abismo.
- ¿Cómo lo llamarías?
- Lo que diga ahora nada va a importar.
Sin pensarlo más, arrastrado por la irresistible atracción de lo desconocido, casi lo prohibido, aquello que se susurra en secreto y se pasa por debajo de las mesas, el Poeta caminó hacia el Abismo. Se acercó a él con precaución, arrastrándose por la tierra hasta llegar al borde y poder asomar la mirada a la caída.
Al principio todo era negro. Pero cuando llevaba un rato observando, absorto en lo que veía, reparó en que sin haber movido ningún músculo, ni haber notado cambio alguno en su equilibrio, estaba cayendo. Aquel negro profundo se veía cada vez más cercano, y pronto comenzó a ver algo más. Una Espiral. Una Espiral de múltiples y delgados hilos blancos, brillantes como una estrella. Aquella Espiral parecía querer engullirlo, atraerlo hacia su centro, le quería para sí. Antes de que esto sucediera las sensaciones se volvieron confusas en su mente. Caía. Subía. Reposaba. Rebotaba. De repente, flotaba. Nadaba. Se ahogaba. Frío, humedad. Bebió de aquel agua y era como si respirara. Un alivio fugaz.
Despertó días después, agarrado a un tronco, flotando sobre el agua. El Loco le miraba desde una orilla del fondo del Abismo, sentado en un saliente, apenas mojándose los pies:
- Quizás tu le pongas otro nombre, pero yo lo llamo Remolino. No es tan profundo como un Abismo, pero me recuerda todo lo que sé y debo recordar de él. Porque no hace falta saltar para caer. Ah, y por esa extraña y mareante sensación que sin duda debes tener. Hasta las embarcaciones más grandes pueden naufragar sin previo aviso por un remolino. A veces son espectaculares. Otras, los notas cuando tu barco parece dejar de flotar sin motivo. Tu lo has de saber mejor que yo, pues en otra vida fuiste un capitán Corsario.
- Ni mil vidas ni mil Abismos han sido suficientes.
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