lunes, 16 de febrero de 2015

Dicen (La sonrisa de Salaì)

   Dicen de La Gioconda que es el cuadro más famoso del mundo. Y dicen bien. Sería difícil contar exactamente cuántas veces ha salido ése y otros cuadros en televisión, carteles, camisetas... O más bien, cuántos ojos lo han visto y cuántas veces. Pero uno no tiene más que ir al que --dicen-- es el museo más famoso del mundo y buscarlo: esta rodeado de una cantidad ridícula de gente, constantemente, todo el tiempo que el museo permanece abierto. Se encuentra separado de su fiel público por una vitrina de vidrio, y por un mostrador de madera que mantiene la distancia mínima en unos 3 ó 4 metros. Es el único cuadro en el Louvre que posee tal privilegio, y comparte otro privilegio con el cuadro que tiene enfrente, el de disponer de una pared exclusiva para él solito. La diferencia es que el cuadro que tiene enfrente, Las bodas de Caná, de Veronese, mide 994 cm de largo y 677 de alto. Digamos que ocupa un 70% de su pared (por la altura del techo, pero para entendernos, digamos la maldita pared entera), y La Gioconda, menos de un 1%.
   Dicen de La Gioconda, que tiene una sonrisa muy misteriosa, que la magia del cuadro esta en el secreto de su sonrisa. He de admitir que jamás me ha intrigado lo más mínimo, que de hecho, a veces no estoy seguro siquiera de si sonríe (¡he ahí la magia!, dirán algunos). Creo haber oído, también, que uno de los motivos por lo que se ha hecho tan famoso, es porque el propio Leonardo lo declaró su cuadro favorito de todos los que había hecho. Y que siempre viajaba a todos lados con él bajo el brazo. Y en mi opinión, ya podría haber sido el cuadro más horrible del mundo, que si el maldito Leonardo da Vinci, genio del arte, genio en general, y autor del susodicho cuadro en particular, lo declara su favorito, todo el mundo pasará por alto los motivos (o se inventará los suyos propios, llenos de palabrería propia del gremio), y simplemente asentirá y admirará el traje nuevo del emperador. Y la verdad, puedes equivocarte o acertar, pero no me parece tan mala opción hacerle caso a los genios cuando uno no tiene ni puta idea de algo.

   Quiero ahora hablaros de un tal Gian Giacomo Caprotti da Oreno, más conocido como Salaì. Salaì fue un pintor italiano, discípulo de Leonardo. Y amigo. Íntimo. No sé si veis por dónde voy. Era su discípulo predilecto, y prácticamente su mejor amigo, además de un buen mancebo de belleza helena clásica. Lo que por cierto, lo hacía ser un modelo ideal para el estilo de las pinturas de la época, cosa que de hecho fue muchas veces, sobre todo para Leonardo. Y por supuesto, hay rumores, no sé cómo de confirmados, de la relación amorosa que mantenían entre ellos. Sí, por ahí iba.

   Mientras escuchaba esta historia, parado frente al cuadro de "San Juan Bautista" de Leonardo (cuyo modelo, por cierto, es Salaì), el rostro del cuadro me resultó familiar, y de repente una fantasía irrumpió en mi imaginación. Vi a Leonardo y Salaì tendidos en el lecho después de una cálida ración de mimos, mientras el primero acariciaba los bucles del cabello del segundo, admirando la belleza de su rostro mientras éste dormía. Entonces, Leonardo piensa que sería genial poder llevarse ese rostro en su maleta allá donde fuese (en un cuadro, nada macabro tipo Leatherface), pero que tal vez levantaría ciertas sospechas el viajar a todas partes con un retrato de su apuesto y joven aprendiz (en aquella época la homosexualidad, creo, no estaba muy bien vista). Aunque con ese pelito, y esos rasgos inexplicablemente viriles y afeminados al mismo tiempo, tal vez podría pasar por una mujer, ja ja ja... -pensaba Leonardo. Y entonces abrió mucho los ojos, y despertó a su pupilo, y con una risa nerviosa le propuso; ¿qué tal si te disfrazo de mujer y te retrato? Y a Salaì de primeras no le hizo demasiada gracia, pues en esa época, tampoco era muy normal que los hombres se vistieran de mujeres, ni seguramente estaba muy bien visto. Pero yo, en mis fantasías, me imagino las relaciones amorosas como algo muy bonito en lo que nada nunca parece mal --iluso de mí--, y al final a Salaì acabó haciéndole gracia la cosa, y llevaron a cabo esa pequeña broma en una intimidad que quedó reforzada por la misma. Y así Leonardo obtuvo su cuadro de reducidas dimensiones con el que viajaba a todas partes, para utilizarlo en la soledad de su dormitorio como él considerase apropiado. Y el hecho de que su amante apareciera vestido de mujer seguro que le daba un morbo especial, algo así como el equivalente de la época al porno duro.
   Por supuesto, Leonardo dijo que su cuadro era de una mujer real, una... noble de algún sitio, y como en aquella época no existía Google, imagino que sería relativamente sencillo que tal cosa colara sin que nadie tuviera demasiados medios para comprobarlo, tanto si la susodicha noble existía, como si su cara se correspondía con el cuadro.
   --¿Y por qué demonios te gusta tanto ese cuadro? ¿Qué tiene de especial el cuadro o la tal Lisa, si puede saberse?
   --Bueno... Digamos que... (no, no puede saberse, pero te diré que) Hay algo muy especial en su sonrisa, misterioso, cautivador. Como si sonriera por un motivo que nadie, nunca jamás, llegará a saber.
   --Hmm... Pues ahora que lo dices, y ya que eres un genio --dicen--, sí, sí que hay algo misterioso en su sonrisa. Sí. Un buen cuadro, sí. ¡Soberbio incluso, diría! ¿¡Cuánto pides!?
   --No está a la venta.
   --¡Oh!... ¡Sí! ¡Realmente soberbio, sí!
   Pero sí que había alguien que conocía el misterio detrás de esa sonrisa. Una sonrisa que el modelo casi no podía disimular, entre los nervios y emociones que manaban de una travesura y una profunda intimidad entre dos amantes secretos.
   Por supuesto, Leonardo le añadió más cosas al cuadro, como el horizonte a dos niveles, quien sabe si para justificar la unicidad y misterio del cuadro, quien sabe si porque le apeteció sin otro motivo, o tal vez para putear a todos los expertos que analizarían su cuadro hasta la saciedad en los siglos venideros, previendo magistralmente (o tal vez solo anticipándose, "por si acaso") la repercusión que esa pequeña obra tendría.

   Esta es la ensoñación, toda acontecida como una revelación al observar la sonrisa de Salaì en el cuadro que os decía, que podéis ver más abajo. Y de pronto, la guía del museo dice que existen teorías de que incluso la propia Mona Lisa pueda ser un retrato de Salaì, pero que es una teoría desechada. Y que además, sería raro que así fuera, ya que en aquella época, ni era muy normal, ni estaba muy bien visto que un hombre se disfrazase de mujer. Y entonces me desilusioné tan rápido como me había ilusionado al oírlo, pero luego pensé con rebeldía: ¿y si ni siquiera estaba vestido de mujer, y es algo que Leonardo hizo a posteriori, o puramente en la intimidad, sin modelo, y sin el consentimiento de Salaì? ¿O, y si su relación íntima sí que era tan bonita como imaginé hace un instante, y a los dos les importaba una mierda lo que pudiera pensar o decir la gente, de lo que ellos hacían en la privacidad de su estudio, o lecho? Y, por si acaso sí que les pudiera llegar a importar que, yo que sé, les quemaran en una hoguera por sodomitas (en esa época estaban muy locos, dicen), pues ya lo mantenían en secreto, y se curaban en salud. Y como a mí me gusta llevar la contraria, y sobre todo, pensar que yo tengo razón en contra de todo pronóstico, o simplemente que sé algo que nadie más sabe, seguí en mis trece, creyéndome muy listo.
   Y unos minutos más tarde estaba ante la, oh, gran Gioconda, detrás de su ridículo cristal, mostrador, y sobre todo, de su ridículamente grande marabunta de gente haciéndole fotos con el móvil. Pero entendí que era parte del encanto de ir a verla, parte del encanto de la obra, y sobre todo parte del encanto de la broma de esos dos amantes. Tomé fotos de mi hermana tomando fotos del cuadro, que se había puesto en primera fila con asombrosa habilidad zigzagueando entre perdidos asiáticos y nórdicos alzando brazos al aire. Ella se giró y me sonrió, ya éramos parte de la historia. Y entonces miré la cara de la Gioconda todo lo bien que pude a pesar de los obstáculos. Pero era ella, no era una foto en la pantalla de un ordenador o en una página satinada. Era el lienzo que había compartido la más profunda intimidad con Salaì y Leonardo. Miré a los ojos a ese rostro impostor con complicidad, y le guiñé un ojo. Y luego pensé como si me pudiera oír: conozco tu secreto. Pero tranquilo, no se lo diré a nadie. Y aquí estoy, publicándolo en internet. Pero quiero creer que ya ha pasado suficiente tiempo como para contarlo, y que la historia es bonita y merece ser compartida.

   Por cierto, una gran amiga que oyó esta historia antes de que la escribiera aquí, me regaló un libro de la Mona Lisa, que reconozco, no he leído entero. Pero me señaló una parte fundamental, en la que hablaba de las teorías el origen del cuadro, y mencionaba a una tal Lisa Gherardini, y ofrecía ciertas pruebas en favor de esta teoría. Esto había que decirlo, en honor a la verdad, pero tampoco me voy a extender más, pues en el fondo prefiero quedarme con la mía. Porque la verdad, me hablarán del sfumato y del rostro andrógino y de los horizontes a distinto nivel que resaltan más el lado masculino (o el femenino, el que sea), de que la sonrisa desaparece si no la miras o que parece alegre y amarga al mismo tiempo, o de que el cuadro brilla en la oscuridad en los años bisiestos, si se quiere, pero yo, francamente, el misterio en la sonrisa no se lo veo por ningún lado.
   Pero qué sabre yo, cuando todos dicen que lo tiene...
 

http://www.biografiasyvidas.com/monografia/leonardo/fotos8.htm

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