Estaba cerrando cuando entramos, te lo dije. «No sirven más», me dijiste al entrar, y yo no dije nada, aunque te lo hubiera dicho antes. Me senté en una silla solitaria de toda mesa, en mitad de la nada, en mitad de todo el bar. Te pusiste delante, amagaste con bailar, y luego miraste al espejo que tenías enfrente, y yo detrás. «Ahí, estoy bien», dijiste. «Aquí, no tanto», mientras te señalabas el cuello. Ese espacio caprichoso que hay entre las clavículas y el nacimiento de los esternocleidomastoideos, como un punto cuádruple. Es normal, dije yo, porque es la imagen a la que estás acostumbrada. Todos nos vemos mejor en el espejo, pero yo tal vez te vea mejor en la realidad. Entonces me giré, aún sentado en la silla, y miré tu reflejo, mientras decía que pero si te veo ahí... Y, maldita sea, no, estabas guapísima. No, la verdad que estás guapísima, admití. Te reíste, me reí. A ver si va a ser verdad, a ver si todos estamos más guapos del revés. Te volviste a reír, ante la gravedad del asunto. O tal vez sólo yo la veía. Pero qué cojones, ¿nacemos del revés? ¿Acaso sólo los que nacen con el corazón a la derecha son auténticos seres humanos? ¿En qué momento nos separamos de la línea verdadera como sucios mutantes?
La idea de la aberración me duró poco porque ya nos echaban del bar. Que no, que no se sirve. Le doy la mano al camarero, y le digo «como hemos venido nos vamos, ¿no?». Y no hacía falta que lo preguntara, realmente, pero se lo tengo que repetir tres veces. «Sí, sabes que sí». Y nos vamos, pues, no como hemos venido, sino con unos segundos de tiempo más encima. O menos, depende de cómo lo mires. Y con una reflexión tonta en mente de más, eso sí. Hay que joderse, que nacemos del revés. O será que, simplemente, todo es mejor cuando le das la vuelta. O será que nos gusta siempre lo diferente. Seremos imbéciles... O curiosos. A esta hora, encanto, te lo puedo justificar todo. «No me llames encanto más en tu puta vida». Entendido.
La idea de la aberración me duró poco porque ya nos echaban del bar. Que no, que no se sirve. Le doy la mano al camarero, y le digo «como hemos venido nos vamos, ¿no?». Y no hacía falta que lo preguntara, realmente, pero se lo tengo que repetir tres veces. «Sí, sabes que sí». Y nos vamos, pues, no como hemos venido, sino con unos segundos de tiempo más encima. O menos, depende de cómo lo mires. Y con una reflexión tonta en mente de más, eso sí. Hay que joderse, que nacemos del revés. O será que, simplemente, todo es mejor cuando le das la vuelta. O será que nos gusta siempre lo diferente. Seremos imbéciles... O curiosos. A esta hora, encanto, te lo puedo justificar todo. «No me llames encanto más en tu puta vida». Entendido.
«¿A casa, o a casa de alguien?». A donde quieras.