Os propongo un juego. Hoy, en unas horas, será el solsticio de invierno (en el hemisferio norte). A las 11:44 (CET) a.m., concretamente. El solsticio de invierno es, técnicamente, el momento preciso de la órbita de la Tierra en el que el eje de la misma forma el mayor ángulo (de nuevo, en el hemisferio norte) con la línea recta que la une con el Sol. También coincide con el día más corto y la noche más larga del año. Para todas las aves nocturnas, y demás amantes de la noche, ni que decir tiene que este día merece respeto y homenaje. También coincide, claro, con el solsticio de verano en el hemisferio sur, el día más largo y la noche más corta. Esta pequeña desigualdad, este desequilibrio de extremos, se suma al propio de las horas diurnas frente a las nocturnas. Esto hay que tenerlo en cuenta, también: hoy es un día de desequilibrio y desequilibrados.
Desde antiguo, muchas culturas han elegido este día como aquel en el que su divinidad principal (el Sol, origen de toda vida, de la mayor parte de energías que recibimos y usamos, y culpable de que la Tierra, en primer lugar, exista) decrece hasta su mínimo, o "muere", para renacer de nuevo y recorrer otro año más. Es un día, pues, de muerte y renovación.
Yendo al grano, os propongo, pues, el siguiente rito: Antes de nada, encended una vela, un cigarrillo, cualquier tipo de llama, a las 11:44. El Sol necesita vuestro apoyo en su hora más oscura. Sois los guardianes de la llama. Luego, elegid el momento del día en el que queráis prepararos. El atardecer es idóneo, para honrar la noche, pero vale cualquiera, realmente. En ese momento, daos una ducha con agua bien caliente, purificaos. Una vez secos y limpios, vestid el negro. No quiero ser muy nazi aquí, basta con que llevéis alguna prenda negra, pero lo ideal es un negro impoluto, libre de dibujos y marcas, a poder ser. Luego, escribid en un papel todos los errores que hayáis cometido a lo largo de 2016, y los últimos diez días de 2015 (desde el anterior solsticio). Cuando caiga la noche, quemad ese papel. La llama ayudará también a mantener al Sol vivo, y vuestros errores se convertirán en humo de expiación y cenizas de renovación. Aunque los queméis, no los olvidéis; aprended de ellos. Sentid que morís con el fuego, y renacéis como una versión mejor de vosotros mismos cuando éste se apague. Por último, salid a la calle. Contemplad la Luna menguante, las nubes, las estrellas. Muchas de ellas habrán muerto ya, también, y su polvo estelar desperdigado por el vacío tal vez esté creando algún nuevo planeta en el que, millones de años después, o tal vez solo miles, unas extrañas criaturas celebren sus propios solsticios, tal vez alzando la vista al cielo, hacia la luz de nuestro Sol. Ahora, haced lo que queráis. Pero, siendo la noche más larga, hay puntos extras para el que salga de fiesta, y llene las horas con vicio y decadencia hasta la salida del Sol. Porque ver todas las horas de la noche más larga es honrarla, y porque empezando el año con vicio y decadencia, solo puede ir a mejor, y porque de siempre se han celebrado las cosas bebiendo y con fiesta.
¡Id, y guardad la Llama!
miércoles, 21 de diciembre de 2016
lunes, 28 de noviembre de 2016
La Chica de la Sonrisa
Da igual a qué momento concreto intente acceder mi memoria al tratar de recordarte. Siempre está ahí, tu sonrisa. Esa sonrisa tan tuya, capaz de llegar casi hasta los lóbulos de tus orejas sin tener un ápice de forzada, enseñando los dientes lo justo. Esa amplísima rodaja de fruta prohibida que aparece sin más en un plato de frutas de temporada, como muy casual.
Se da otro caso curioso con los recuerdos que me generas. Por un lado, siempre estás más guapa en la realidad que en el recuerdo. Esto, lo admito, puede ser común, no sé si en mí, o en el grueso de la gente --lo que nos gusta llamar "los demás", como si hubiera una distinción clara entre tú y yo, y el mundo--. Esto puede ser común, sí, que uno se quede con los rasgos más característicos de una cara (siendo lo "característico" lo que más probabilidad tiene de hacer a una cara fea), y luego los ensamble como pueda. El montaje puede llevar la aclaración al margen de "guapo" o "feo", o "no strong feelings one way or the other", pero no llega a formar una imagen, objetiva y tangible, que merezca tal interpretación. Con los recuerdos de fotografías la cosa funciona distinta. Una imagen de dos coma una dimensiones, plana y que captura una fracción diminuta de tiempo, y que carece de la entidad propia de lo retratado. De hecho, salvo aquellas personas que tienen el don de la pose y perfil perfectamente ensayados, nadie sale igual en dos fotografías. Se podría decir que cada fotografía de uno representa a una persona distinta, y ésto, de algún modo, es verdad incluso para esas personas con el don de la pose. Pero, volviendo al tema, cada vez que te veo a través de una cámara, y en ese primer segundo en el que tú me ves a mí también y me regalas esa sonrisa tan tuya, tan casi literalmente de oreja a oreja, algo me aprieta por dentro y me hace decir "qué guapa eres, qué guapa estás", no sabiendo nunca decidirme entre ambos verbos.
Por otro lado, cuando te veo en persona, la cosa es al revés. Tal vez sea por estar acostumbrado a verte de ese otro modo, mirando a una pantalla a la espera de que aparezcas de repente, y reconocerte en esa primera fracción de segundo, como esa imagen completa de belleza que me aprieta por dentro. Tal vez, cuando te espero en la estación, espero de algún modo que te materialices en la puerta como por arte de magia, que tu imagen me sorprenda y me apriete y que me haga decir "joder, qué guapa eres, qué guapa estás", sin saber nunca decidirme. Tengo la extraña certeza de que en cuanto entres en escena, traerás contigo un brillo especial, como de diez focos que te siguen desde arriba, dejando claro que eres la protagonista, la soprano primera, la investigadora principal. Pero no, sales por la puerta como el resto, caminando a un ritmo normal, pasando casi desapercibida entre la gente, entre los demás, y yo tardo un segundo completo en darme cuenta de que eres tú, porque la certeza de los focos habían vuelto a mi atención perezosa. Sales por la puerta con andar alegre y despreocupado, como muy casual, y me sonríes de oreja a oreja y en cuatro dimensiones, con tu sonrisa acercándose y buscando la mía. Y entonces, en el segundo segundo me doy cuenta, sorprendido, de que eres humana.
Luego llegas, me abrazas, tu sonrisa se amplía más, mucho más, hasta límites fuera de la ciencia, y encuentra por fin la mía. Y entonces pasa un minuto entero de quietud en el que vuelvo a creer en la magia.
Tal vez si no fuera por ese segundo, yo jamás me atrevería a ponerte una mano encima. Y me la cortaría si se atreve a rozar tus partes más íntimas después de haber estado limpiando fangos negros en trabajos nocturnos, por muchas capas de jabón y lejía que los hayan sucedido. Y me arrancaría la lengua si se atreve a probar tu sonrisa, después de haber probado licores que en el fondo, nada tienen de espíritu, y después de que unas cuantas bacterias me caguen en la boca mientras duermo para darme aliento mañanero, cuando tú vienes a verme por la mañana para despedirte. Pero entonces se abre la puerta de la habitación y entras tú, con una sonrisa de oreja a oreja, aunque no haga falta decirlo, con tu andar desenfadado, todo muy casual, y te metes con ropa conmigo en la cama. Y entonces te abrazo, y te beso, y te acaricio la piel. Y doy gracias a lo divino por que seas humana.
Se da otro caso curioso con los recuerdos que me generas. Por un lado, siempre estás más guapa en la realidad que en el recuerdo. Esto, lo admito, puede ser común, no sé si en mí, o en el grueso de la gente --lo que nos gusta llamar "los demás", como si hubiera una distinción clara entre tú y yo, y el mundo--. Esto puede ser común, sí, que uno se quede con los rasgos más característicos de una cara (siendo lo "característico" lo que más probabilidad tiene de hacer a una cara fea), y luego los ensamble como pueda. El montaje puede llevar la aclaración al margen de "guapo" o "feo", o "no strong feelings one way or the other", pero no llega a formar una imagen, objetiva y tangible, que merezca tal interpretación. Con los recuerdos de fotografías la cosa funciona distinta. Una imagen de dos coma una dimensiones, plana y que captura una fracción diminuta de tiempo, y que carece de la entidad propia de lo retratado. De hecho, salvo aquellas personas que tienen el don de la pose y perfil perfectamente ensayados, nadie sale igual en dos fotografías. Se podría decir que cada fotografía de uno representa a una persona distinta, y ésto, de algún modo, es verdad incluso para esas personas con el don de la pose. Pero, volviendo al tema, cada vez que te veo a través de una cámara, y en ese primer segundo en el que tú me ves a mí también y me regalas esa sonrisa tan tuya, tan casi literalmente de oreja a oreja, algo me aprieta por dentro y me hace decir "qué guapa eres, qué guapa estás", no sabiendo nunca decidirme entre ambos verbos.
Por otro lado, cuando te veo en persona, la cosa es al revés. Tal vez sea por estar acostumbrado a verte de ese otro modo, mirando a una pantalla a la espera de que aparezcas de repente, y reconocerte en esa primera fracción de segundo, como esa imagen completa de belleza que me aprieta por dentro. Tal vez, cuando te espero en la estación, espero de algún modo que te materialices en la puerta como por arte de magia, que tu imagen me sorprenda y me apriete y que me haga decir "joder, qué guapa eres, qué guapa estás", sin saber nunca decidirme. Tengo la extraña certeza de que en cuanto entres en escena, traerás contigo un brillo especial, como de diez focos que te siguen desde arriba, dejando claro que eres la protagonista, la soprano primera, la investigadora principal. Pero no, sales por la puerta como el resto, caminando a un ritmo normal, pasando casi desapercibida entre la gente, entre los demás, y yo tardo un segundo completo en darme cuenta de que eres tú, porque la certeza de los focos habían vuelto a mi atención perezosa. Sales por la puerta con andar alegre y despreocupado, como muy casual, y me sonríes de oreja a oreja y en cuatro dimensiones, con tu sonrisa acercándose y buscando la mía. Y entonces, en el segundo segundo me doy cuenta, sorprendido, de que eres humana.
Luego llegas, me abrazas, tu sonrisa se amplía más, mucho más, hasta límites fuera de la ciencia, y encuentra por fin la mía. Y entonces pasa un minuto entero de quietud en el que vuelvo a creer en la magia.
Tal vez si no fuera por ese segundo, yo jamás me atrevería a ponerte una mano encima. Y me la cortaría si se atreve a rozar tus partes más íntimas después de haber estado limpiando fangos negros en trabajos nocturnos, por muchas capas de jabón y lejía que los hayan sucedido. Y me arrancaría la lengua si se atreve a probar tu sonrisa, después de haber probado licores que en el fondo, nada tienen de espíritu, y después de que unas cuantas bacterias me caguen en la boca mientras duermo para darme aliento mañanero, cuando tú vienes a verme por la mañana para despedirte. Pero entonces se abre la puerta de la habitación y entras tú, con una sonrisa de oreja a oreja, aunque no haga falta decirlo, con tu andar desenfadado, todo muy casual, y te metes con ropa conmigo en la cama. Y entonces te abrazo, y te beso, y te acaricio la piel. Y doy gracias a lo divino por que seas humana.
viernes, 22 de enero de 2016
Mejor del revés
Estaba cerrando cuando entramos, te lo dije. «No sirven más», me dijiste al entrar, y yo no dije nada, aunque te lo hubiera dicho antes. Me senté en una silla solitaria de toda mesa, en mitad de la nada, en mitad de todo el bar. Te pusiste delante, amagaste con bailar, y luego miraste al espejo que tenías enfrente, y yo detrás. «Ahí, estoy bien», dijiste. «Aquí, no tanto», mientras te señalabas el cuello. Ese espacio caprichoso que hay entre las clavículas y el nacimiento de los esternocleidomastoideos, como un punto cuádruple. Es normal, dije yo, porque es la imagen a la que estás acostumbrada. Todos nos vemos mejor en el espejo, pero yo tal vez te vea mejor en la realidad. Entonces me giré, aún sentado en la silla, y miré tu reflejo, mientras decía que pero si te veo ahí... Y, maldita sea, no, estabas guapísima. No, la verdad que estás guapísima, admití. Te reíste, me reí. A ver si va a ser verdad, a ver si todos estamos más guapos del revés. Te volviste a reír, ante la gravedad del asunto. O tal vez sólo yo la veía. Pero qué cojones, ¿nacemos del revés? ¿Acaso sólo los que nacen con el corazón a la derecha son auténticos seres humanos? ¿En qué momento nos separamos de la línea verdadera como sucios mutantes?
La idea de la aberración me duró poco porque ya nos echaban del bar. Que no, que no se sirve. Le doy la mano al camarero, y le digo «como hemos venido nos vamos, ¿no?». Y no hacía falta que lo preguntara, realmente, pero se lo tengo que repetir tres veces. «Sí, sabes que sí». Y nos vamos, pues, no como hemos venido, sino con unos segundos de tiempo más encima. O menos, depende de cómo lo mires. Y con una reflexión tonta en mente de más, eso sí. Hay que joderse, que nacemos del revés. O será que, simplemente, todo es mejor cuando le das la vuelta. O será que nos gusta siempre lo diferente. Seremos imbéciles... O curiosos. A esta hora, encanto, te lo puedo justificar todo. «No me llames encanto más en tu puta vida». Entendido.
La idea de la aberración me duró poco porque ya nos echaban del bar. Que no, que no se sirve. Le doy la mano al camarero, y le digo «como hemos venido nos vamos, ¿no?». Y no hacía falta que lo preguntara, realmente, pero se lo tengo que repetir tres veces. «Sí, sabes que sí». Y nos vamos, pues, no como hemos venido, sino con unos segundos de tiempo más encima. O menos, depende de cómo lo mires. Y con una reflexión tonta en mente de más, eso sí. Hay que joderse, que nacemos del revés. O será que, simplemente, todo es mejor cuando le das la vuelta. O será que nos gusta siempre lo diferente. Seremos imbéciles... O curiosos. A esta hora, encanto, te lo puedo justificar todo. «No me llames encanto más en tu puta vida». Entendido.
«¿A casa, o a casa de alguien?». A donde quieras.
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